Simone Weil explica qué es la humildad y por qué ninguna virtud tiene tanta importancia en la vida espiritual
En nuestra época y desde hace ya algún tiempo, determinadas virtudes o cualidades son más buscadas en el mundo, como la inteligencia o la fuerza. Sin embargo, si lo que se quiere es encontrar la verdad y vivir de una manera genuinamente conectada con la fuente de la vida, es difícil pensar que exista una virtud auténticamente más importante que la humildad . La misma palabra es reveladora. «Humildad» viene de la palabra en latín «humus», que significa «tierra», y la cual está presente también en «humano». La «esencia» del ser humano, en tanto ser que vive en la tierra, es la humildad, el humus.
Esta es la paradoja del animal que se considera el más alto y poderoso del planeta. Lo que lleva en su nombre la sumisión, lo bajo, lo telúrico.
¿Pero quizá su grandeza consiste justamente en la posibilidad de su sumisión voluntaria, de obedecer a la vida de la cual es también el cuidador?
La humildad es la virtud suprema en el cristianismo, donde es sinónimo de la grandeza de espíritu.
Entre los filósofos modernos, Simone Weil –una filósofa católica en el auténtico sentido de la palabra, esto es, universal.
Quizá sea quien más ha elogiado y clarificado el significado de la humildad.
Esta virtud está en el centro del pensamiento de Weil, particularmente en su soteriología y en su ética.
En sus nociones de «descreación» y atención pasiva, la forma más alta de atender que es igual a la oración y el amor.
Weil escribe en sus Cahiers que «la clave de la espiritualidad en las diversas ocupaciones temporales es la humildad».
Weil explica que «la humildad es el conocimiento de que uno ha nacido en tanto ser humano, y de manera más general en tanto criatura»
Esto en oposición a la creencia de que «uno es en tanto sí mismo, como un ser humano particular».
Es decir, la persona humilde expresa lo universal y no lo particular, y debe reconocer que su existencia es un regalo que le viene de fuera.
Y en otra parte añade:
La humildad consiste en saber que no hay ninguna fuente de energía en aquello que uno llama «yo» que permita elevarse.
De nuevo hay aquí una paradoja, pues para Weil la elevación, la unión mística o el estado en el que el alma puede conocer la verdad e integrarse a ella es algo que ocurre a través del descenso de la gracia, que equipara con la luz del sol que permite «ascender» a una planta.
De igual manera, es la característica de obediencia del humilde lo que dona realmente la libertad.
Para Weil, el yo o ego es una falsa realidad que se produce debido al apego y que debe trascenderse deshaciendo o descreando su supuesta solidez, un poco como el budismo niega la existencia del yo independiente.
La humildad es una purificación por la eliminación en uno mismo del bien imaginario.
Este bien imaginario es el yo o aquello que adherimos al yo, el deseo de posesiones y de imponerse a los demás, la llamada voluntad de poder.
La humildad purifica el alma al eliminar este modo de operar en base al beneficio personal.
Weil observa brillantemente que todo aquello que nos genera orgullo es ilusorio e impermanente. «Aquello de lo que nos enorgullecemos es siempre algo de lo cual las circunstancias nos pueden privar (…) Tomar conciencia de este mentira es la virtud de la humildad (la desnudez del espíritu)».
La desnudez del espíritu es lo que nos hace transparentes y porosos a recibir la gracia. Los dones espirituales, que «escapan las circunstancias» y con los cuales se trasciende lo mundano.
La filósofa francesa también relaciona la humildad y la obediencia con la atención: «En el dominio de la inteligencia, la virtud de la humildad no es otra cosa que la atención».
La humildad es siempre atenta, pues está libre de la obsesividad autorreferente y se vuelca, vacía, a su objeto de manera indivisa.
Weil utiliza la metáfora del esclavo que espera a su amo o de la novia que espera la llegada de su futuro esposo con un único pensamiento en la mente.
Pese a lo que muchos piensan, Weil entiende que la inteligencia está asociada a la humildad, pues el conocimiento depende de la atención y la auténtica inteligencia es aquella que no está ensimismada.
Sino que es capaz de escuchar, esperar y obedecer a la naturaleza o a lo «alto», y recibir la luz del conocimiento.
Otra metáfora que Weil usa es la de la materia o la del mar, que obedece a la necesidad, a las leyes del universo, al logos y, en última instancia, al espíritu que es la presencia de la divinidad en el mundo.
Para Weil la atención es una forma de amor o compasión, pues el amor, como la atención, es la capacidad de hacerse enteramente disponible al otro.
Weil remarca que son pocas las personas capaces de realmente poner atención a los afligidos. A las personas que viven en la miseria y en el infortunio.
Y estas personas lo que más necesitan es atención, una atención que no juzga y no busca sacar provecho. Otra de sus definiciones de humildad es: «la humildad es amor que no repara en sí mismo».
En cierta manera, la humildad es el estado natural del alma, pues la persona humilde se desnuda de todo artificio, de toda falsa conceptualidad, de las vestimentas de la sociedad y el ego,
Y existe en un servicio espontáneo resonando con el otro, sin gastar su energía en sus propias cuitas.
Así, el corazón de la persona humilde es un eco de la tierra, del latido del mundo. Resonancia dinámica que realiza el dictamen de fuerzas invisibles pero necesarias.
Es por esto que, para Weil, las grandes obras de arte son de alguna manera expresiones de humildad. La humildad la que permite acceder a lo universal.
Negando el yo, como también Schopenhauer entendió el arte más elevado.
Para Weil, la humildad es lo que permite lo que llama la action non-agissante o acción no actuante, un concepto similar al wu wei de la filosofía taoísta
El cual es un estado de gracia, libre de esfuerzo, en el que el ser humano se convierte el vehículo a través del cual el universo realiza su actividad.
Siendo la última y la vocación misma del ser humano, la descreación.