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La separación de joderes

La Regla Crítica de Carlos Penas es un diálogo transversal entre las artes y miradas asombradas, inquietantes e incluso irrespetuosas, conocedoras del poder de la imaginación en la creación de identidades.

La separación de joderes. La indiferencia filosófica por el equilibrio pervierte la felicidad y me vuelvo Locke solo de pensarlo, sin necesidad de ingerir gabapentinas para el alivio de mis dolores neuropáticos. El poder tiende a su abuso egocéntrico de manera congénita, crece déspota entre los cañones y desfiladeros, se reproduce tirano a base de joder la libertad de los ríos y solo muere si le asesina el propio poder.

Vive entre joderes divididos que se aman en descabelladas orgías a puerta cerrada, legislando entre uvas y felaciones maltrechas, ejecutando las leyes del kamasutra y encargándose de que los ciudadanos las respetemos mientras preparan su cena a base de callos y callinas.

No se les descompone la olla por un garbanzo ni se les tapa el culo con la misma legumbre, qué va, ni por asomo, ni de coña y lo sé. Te cortan el vientre en tiras y el chorizo en rodajas, te sacan el tocino y te convierten las piernas en patas para herirte sin hervirte en sus ollas caníbales, de oro macizo, aromatizadas con incienso y untadas con mirra para anestesiar el sufrimiento.

La separación de joderes. No es siniestro preguntarse qué es el ser, qué es la esencia, qué es la nada, qué es la eternidad, si somos alma o si somos materia, es rigurosamente total.

Arriba y abajo, alto y bajo, juntos y separados, izquierda y derecha, dentro y fuera, grande y pequeño, unidos y divididos, abierto y cerrado, blanco y negro, gordo y flaco, pollo y polla, coño y coña, epi y blas, sota, caballo y rey, sopa, verdura y carne, sin tener carta blanca y con ellas sobre la mesa, sin ases en las mangas y cantando las cuarenta, sin órdagos ni faroles.

Y corto el pan respetando los sabores del trigo, del maíz y del centeno, a cuchillo, cogiéndolo por el moño y apoyándolo en mi pecho de mandil, para bañarme de harinas y salpicar el mantel con las migas amigas, para mojar la salsa y no dejar ni gota, para restregarlo y sacarle brillo al plato, y convierto el agua en vino tinto para comer con la humildad que merecen las recetas humildes de los pueblos vaciados, cuidando la salud y el estado de los principios, saboreando los valores vecinos de las chimeneas encendidas y sin importarme un carajo los juegos trileros de un Estado que se duerme entre las sábanas del joder legislativo, el joder ejecutivo y el joder judicial. Y eructo sin reparos.

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