Noventa años después de su edición en alemán aparece en español una de las grandes fuentes alternativas al canon del arte moderno. Este libro, que apasionó a Klee, a Kubin, a Ernst, a Picasso y Dalí, y que Paul Éluard consideraba “el libro de imágenes más bello del mundo” no era sino un estudio acerca del arte de los locos. Su autor fue un joven psiquiatra alemán, licenciado en arte y poeta aficionado, que o escribió con la intención de determinar la esencia del proceso creativo. En su opinión, éste partía de la necesidad de expresión, que en el caso de los alienados no está filtrada por convenciones sociales ni culturales. Pero ese propósito científico, que no lograría de forma convincente, estuvo acompañado de un tratamiento de las obras que utiliza las herramientas del historiador del arte. Tanto el análisis formal como la amplia y cuidada selección de las ilustraciones convirtieron el libro, desde su aparición, en objeto de interés para artistas y aficionados.
Prinzhorn realiza un resumen de los motivos que impulsan la creación artística: necesidad de expresión, instinto de juego, propensión ornamental, tendencia al orden, directriz imitativa y necesidad de símbolos. Su conclusión sería, en cambio, que no puede hablarse con propiedad de un arte específico de los enfermos mentales. Pero a la vista de los diez casos ejemplares que selecciona, perturbados cuya obra le merece especial consideración, el lector acaba pensando que el arte de los locos, como categoría cultural, desde luego que existe. No sólo por toda una serie de rasgos comunes: horror vacui, reiteración de elementos, automatismo y propensión a las imágenes dobles, sino porque el resultado son imágenes cuya fuerza y significación no nos dejan indiferentes.
Ya dijimos que el libro de Prinzhorn tuvo una larga repercusión en el ámbito artístico. La consecuencia más imprevista fue que sirvió para argumentar el carácter “degenerado” de muchos artistas (cuyas obras tenían similitudes formales con las del libro) que acabaron integrando la exposición organizada por el nazismo en 1937. Muy distinta fue la recepción por parte de los surrealistas. Y es que leyendo algunos de los textos incluidos reconocemos su indiscutible pertenencia al corpus de la escritura surreal, basada en la libre asociación. Dos décadas después, en la de 1950, la colección de Prinzhorn fue el detonante del art brut, pues en ella encontró Jean Dubuffet un ejemplo insuperable de creación no contaminada por el arte institucionalizado.
El último gran rescate tuvo lugar en la década de 1970, cuando la contracultura se interesó por los estados de conciencia alterados y las personalidades marginales, lo que llevó al joven comisario Harald Szeeman a organizar varias exposiciones que reunían a artistas y perturbados. Hoy en día no nos debe extrañar que volvamos de nuevo la vista al libro de Prinzhorn. El debate acerca de qué es lo artístico y quién es un artista se va definiendo en términos cada vez más abiertos. Además, la dimensión terapéutica del arte y su función social resultan hoy cuestiones decisivas a la hora de su valoración. Muchas de las exposiciones del MNCARS (Martín Ramírez, James Castle, Judith Scott) son prueba de ello. Así pues, cabe decir que este libro clásico pertenece por derecho propio a nuestro tiempo. Y, antes o después que todo esto, debemos aclarar que se trata de un texto literariamente impecable, que las biografías clínicas de los artistas darían para varias novelas y que las imágenes que aparecen también están en nuestros sueños. Por último, señalar que cuenta con una espléndida introducción de Julia Ramírez, que proporciona con envidiable claridad las claves de su lectura.
Por José María Parreño