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Parásitos, la mejor película del surcoreano Bong Joon-ho

Por si la ganadora del Oscar a Mejor Película te ha dejado con alguna que otra pregunta, además de la boca abierta.

https://youtu.be/Z7SiFLgoFQM

‘Parásitos’ es una de esas películas que no deja indiferente de principio a fin. Tarda poco en engancharte y no te suelta hasta un final arrollador. Con tal derroche de emociones, en un thriller tan cargado y rápido que no se detiene ni un momento, es normal que al acabar queramos recapitular un poco para entender todo lo que nos ha dicho Bong Joon-ho.

El cineasta surcoreano se ha movido por muchos géneros: la comedia en ‘Perro ladrador, poco mordedor’, el thriller policiaco en ‘Memories of Murder’ y ‘Mother’, el cine de monstruos en ‘The Host’, o la ciencia ficción de aires distópicos en ‘Rompenieves’ y ‘Okja’ (la primera película original de Netflix que concursó en Cannes). Pero todas tienen algo en común, además de cierto humor negro y más de un personaje patético. En un tiempo en el que todavía la crítica social más clásica y directa sigue ganando premios (véase Ken Loach), el surcoreano es todo un ejemplo de cómo llevarla por bandera para contar más cosas. Sus películas, además de ser frenéticos viajes repletos de puro entretenimiento, tienen como base una cruda representación de la realidad y el choque social. Pero hasta ahora ninguna había sido tan arrolladoramente cruel, y a la vez tan entretenida, como ‘Parásitos’. La Palma de Oro de Cannes y su histórica noche en los Oscars dan buena cuenta de que, con esta película, el autor asiático ha alcanzado las más altas cotas de perfección en su cine.

De qué trata en realidad ‘Parásitos’

La película cuenta la historia de una familia de cuatro miembros que se infiltra, a base de mentiras, como empleados domésticos de otra. Digamos que la película dirige nuestra atención e interés a cómo lo logran, a cómo mantienen esa farsa, antes de que todo estalle al final. Sin embargo, desde su propio título, ‘Parásitos’ juega con un doble sentido del término parasitario. La película comienza con un travelling en descenso que se repetirá también como último plano de la película. En él, vemos la venta a ras de calle de la casa subterránea en la que viven los protagonistas. Al empezar tienen dos problemas. El primero es el de eliminar la plaga de bichos que tienen en casa, por lo que el padre de familia decide dejar la ventana abierta para que entre el gas fumigador con ellos dentro. En el otro, vemos a los dos hijos buscando robarle el wifi a alguien. Ya sea un problema tecnológico o natural, nuestros protagonistas son parásitos, tanto en el sentido literal como figurado de la palabra. Pero el uso del término que da nombre al título del largometraje tiene un sentido mucho más complejo.

La película se desarrolla sin condenar a sus protagonistas, pero tampoco justificarlos. Mientras crean y mantienen su farsa, descubrimos a la otra clase social, la exitosa, los (en un principio) parasitados. Son educados, guapos, buenos y… bastantes más estúpidos que los pobres. Tienen de todo y les sobra ¿qué hay de malo en aprovecharse? Pero la película da un giro dramático cuando descubrimos que el marido de la anterior empleada sigue viviendo en el subsuelo del edificio. Este hecho lleva el retrato de los protagonistas más allá. Ya no hablamos de un suceso particular sino de una dinámica, hay dos familias del subsuelo que viven o han vivido de parasitar a los de arriba. Hasta entonces podríamos creer, aunque nadie nos lo diga, que si la película tiene malos y buenos, los primeros son los protagonistas y los segundos, los inocentes millonarios. Sin embargo, además de la estupidez que domina a la confiada clase acomodada y nuestra predisposición natural a posicionarnos del lado de los desfavorecidos, hay otro desagradable suceso que inclina la balanza. El olor, ese olor tan repetido y, por lo visto, característico de la primera familia viene de su condición. No depende de su perfume, de su ropa o de su gel de ducha, procede de su vida en el subsuelo. Es el olor de la gente del metro, es el “olor a pobre”. Y eso, simplemente eso, es algo insoportable para la ideal, feliz y educada familia rica, los Park. Con este panorama, a partir de las lluvias torrenciales que obligan a la familia millonaria a regresar del campamento e inundan la casa de los protagonistas, se llega a una secuencia final sin freno. Si tú también te perdiste algún detalle, aquí vienen.

‘Qué ocurre al final de ‘Parásitos’

Mientras la lluvia ha sido un simple contratiempo para la familia rica, cuando los protagonistas consiguen salir de su escondite y volver a su hogar se lo encuentran totalmente destrozado. Con las alcantarillas desbordadas, su casa, que ya de por sí era el orinal de los borrachos, está inundada de aguas fecales. Con sus posesiones destrozadas y su “olor a pobre” potenciado, los protagonistas tienen que volver a trabajar un domingo. A cambio del pago de horas extra, la familia Park obliga a unos empleados al límite a trabajar en la fiesta de su hijo pequeño. La tarde ya es soleada gracias al “esplendido día que han dejado las lluvias”, dice en un momento dado la “sencilla” madre rica, mostrándose totalmente ajena a las personas afectadas por las inundaciones. Es durante esa fiesta, cuando el señor Kim (Song Kang-hoo), vestido de indio para entretener al niño del cumpleaños, se da cuenta de lo que nos comentaba el propio director en nuestra entrevista:

A primera vista, ‘Parásitos’ podría leerse como una sátira social en la que una familia pobre se aprovecha de un clan adinerado, pero esa lectura es peligrosa. En realidad, los pobres de mi película son personas con talento y dignidad. Es la falta de empleo la que les empuja a aprovecharse de los ricos. Además, la familia burguesa también puede verse como un grupo de parásitos: son incapaces de realizar las tareas más elementales y requieren de sus sirvientes para hacer cualquier cosa.

Pero cuando parece que vamos a ver el primer intento de rebelión, tras dejar inconsciente a “Kevin” en el sótano, el hombre del subsuelo apuñala a “Jessica” y provoca un nuevo ataque epiléptico al niño. Sí, ése hombre era el “fantasma” que pintaba en sus cuadros picassianos el joven. En la mayor muestra de descaro crítico que se permite el director, el protagonista explota de rabia, no solo por ver como la familia le ordena ayudar a su hijo epiléptico en vez de a su hija desangrándose, sino porque reaccionan al atacante tapándose la nariz. Hasta en esa situación, son incapaces de soportar el “olor a pobre”. El falso chófer Kim explota contra el señor Park y le apuñala por la continua ofensa hacia él, su familia y, ya lo tenemos claro, su clase social. 

Aunque, de primeras, esto podría parecer una salida violenta, el director comentaba para Slash Film que no era lo que pretendía.

En un principio tuve la sensación de que la violencia debía escalar progresivamente en la historia, y que al final desembocaría en una tragedia inesperada. Estaba preparado para eso. Si piensas en estos personajes, son personas que están muy alejadas de la violencia en su vida diaria, son gente normal. Para mí lo que era importante era explorar como llegan a ese nivel de violencia. 

Finalizada la secuencia climática de la película, el metraje restante se dedica a explicar lo sucedido y a sembrar una gran duda. Con la talentosa hija fallecida y el padre como asesino en busca y captura, madre e hijo (recuperado milagrosamente de su golpe en la cabeza) vuelven a su casa y a la situación inicial. Kim, su padre, se ha escondido en el sótano secreto y se comunica con su hijo a través del código morse como le mostró el anterior ocupante, del que toma claramente su lugar. Al fin y al cabo, son de la misma clase.

Es aquí cuando la película hace lo que podríamos denominar un “final La La Land. Vemos como el joven, falso universitario profesor de inglés, responde a la carta de su padre pensando sus planes futuros. Como Chazelle en su aclamado musical, Joon-ho nos enseña el final bonito. Ese en el que el joven se hace tan rico como para comprar la casa en la que su padre aún se oculta, y los tres supervivientes se funden en un abrazo. Sin embargo, enseguida la ilusión se deshace. Mediante el mismo plano que inicia la película, descubrimos de nuevo al joven en su semisótano, exactamente en la misma situación en la que estaban en un principio pero con dos miembros menos de su familia. Sí lo que hemos visto en las imágenes se llegará a cumplir en un futuro o son falsas ilusiones de un joven que, no lo olvidemos, ha sufrido una fuerte contusión cerebral, es algo que el cineasta deja a nuestra elección. Aunque, repitiendo el plano inicial, todo parece indicar que el surcoreano nos dirige más hacia un desenlace en la que los protagonistas acaban, simplemente, en la casilla de salida. Sí en un principio el joven buscaba wifi, ahora descifra el olvidado código morse, un pequeño chiste irónico del director hacia los tiempos que corren. Así lo explicaba el propio director para Vulture:

Quizás, si la película acabase cuando se abrazan, y hubiese un fundido a negro, pensaríamos: «Oh, es posible que compre esa casa». Pero la cámara baja hasta el semisótano. Es un poco cruel, y triste, pero creo que es real y honesto con la audiencia. Tú sabes, como yo y como todos, que ese chico no va a ser capaz de comprar esa casa. Sentí que era correcto ser franco en esta película, aunque quede triste. No estoy haciendo un documental ni propaganda. No trato de decirte como cambiar el mundo o como debes actuar cuando algo está mal. Solo muestro el terrible y explosivo estado de la realidad. Esto, creo, es la belleza del cine. 

Claro, ‘Parásitos’ es la historia de unos estafadores a los que la cosa les sale bastante mal. Pero, aunque su autor disimule, más allá de eso, es una furiosa crítica a la división de clases, más en aumento que nunca en el mundo actual, especialmente en países de capitalismo extremo como Corea del Sur. La película no solo nos recuerda que hay una gran parte de la población que, a la otra, le puede llegar a parecer una olorosa plaga invasora por fumigar, sino que se plantea quién es realmente ese parásito. Casi siempre, parece querer decir Bong Joon-ho, el 1% de privilegiados se sale habitualmente con la suya. No por nada, dependemos de sus migajas para continuar existiendo. Sin embargo, aunque muchas veces nos parezca justo lo contrario, no olvidemos que ese 1% depende del trabajo (la sangre por seguir con la metáfora) del otro 99%. Si hay parásitos en nuestra sociedad, son ellos. Y ninguna piedra de sabio o perfume nos cambiará el olor que lo demuestra. Al menos, como el protagonista en su carta final, podemos comenzar por soñar despiertos. (Por RAFAEL SÁNCHEZ CASADEMONT)

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