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«Lolita» de Vladimir Nabokov

Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul. Lo-lee-ta: the tip of the tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo. Lee. Ta.
She was Lo, plain Lo, in the morning, standing four feet ten in one sock. She was Lola in slacks. She was Dolly at school. She was Dolores on the dotted line. But in my arms she was always Lolita.

Hacía tiempo que no me dejaba caer por estos lares, y hoy lo hago para traeros la reseña de un monstruo en todos los sentidos: Lolita, del gran Vladimir Nabokov. Difícil, muy difícil, la tarea de reseñar esta pedazo de novela, queridos lectores.


Lolita comienza con un prólogo escrito por el propio Nabokov bajo el seudónimo de John Ray, Jr. (que expresa opiniones acerca del libro con las que el propio Nabokov se muestra en desacuerdo en el epílogo lo cual no deja de parecerme brillante). Este buen hombre nos cuenta que lo que tenemos entre manos es el manuscrito que contiene la confesión de un criminal que aguardaba su juicio cuando sucumbió a una trombosis coronaria. El lector sabe, pues, que va a asistir a un crimen y hasta el final del libro se mantiene el misterio y la tensión de qué será. Pero ay, amigos, Lolita es mucho más que esto.
Humbert Humbert, el narrador de esta sórdida historia, es un pedófilo que va a tratar de redimir sus pecados a través de la compasión y comprensión de sus lectores. Nos va a explicar el origen de su gusto por ciertas niñas de entre 9 y 14 años a las que él llama nínfulas. Nos va a contar cómo conoció a Lolita, una niña de doce tiernos años por la que se coló hasta los huesos. Nos va a confesar que trató por todos los medios de impedir su romance con ella, y que fue ella la que lo sedujo a él. Va a tratar de hacernos ver que Lolita era una niña simplemente irresistible, y que el destino no le dejó otra opción más que casarse con su madre para poder tenerla más cerca, sin saber el abismo de destrucción al que todo esto le abocaría. Humbert, en su dualidad, en la oscilación permanente entre la perversión que lo abruma y la consciencia de la maldad de todo ello, intenta convencernos para que no seamos tan duros en nuestro juicio con él. Ni que decir tiene que no lo consigue, y que la historia en su conjunto es provocadora y subversiva hasta el extremo. El resultado es un libro agridulce, que gusta y no, porque aunque estéticamente es perfecto, su contenido choca frontalmente con nuestros valores más asentados. La sensación que me provocó constantemente este libro me recuerda a cuando vi Los Idiotas de Lars Von Trier. Gran película, sí, pero qué repugnante. Y Lolita fue escrita en 1955, cuando aún no imperaba el todo vale que caracteriza al arte contemporáneo. Minipunto para Nabokov.
Este ains-qué-asquito que despierta sin descanso esta novela es 100% intencionado. Hay veces que, en las sensuales descripciones que Humbert nos brinda de su Lolita, uno se olvida de que es una niña y se deja llevar por las sensaciones del protagonista. Pero ahí está Nabokov dispuesto a darnos una buena bofetada de realidad a través de alguna frase puesta en boca de Lolita en la que queda patente la edad que tiene. Qué maestría del inglés tiene este señor, ¡y eso que no es su lengua materna! No sólo es capaz de transmitir de forma impecable la diferencia de edad de ambos protagonistas, sino que siempre está jugando con las palabras, creando expresiones, innovando, haciendo evolucionar el lenguaje como todo gran clásico. Es ya mítico el maravilloso comienzo de este libro sin igual (mucho más bello en inglés, por cierto): Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.
Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita.
Lolita no es sólo un texto que encara sin pelos en la lengua el tabú de la pedofilia. Es también poesía, un retrato psicológico de un demente, una comedia sutilísima de fina ironía y recónditos matices, una novela con vertiginosos giros argumentales que engancha desde el comienzo y te deja exhausto, sin palabras, en shock. No han leído nada igual.

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