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El ojo como figura de la muerte en el pensamiento de Georges Bataille

Por Carlos Roa Hewstone

“Vivir sus deseos, agotarlos en la vida, es el destino de toda existencia”.
Henry Miller

Resumen

Este escrito se centra en revisar el modo en que se nos muestra la muerte en su relación de contraposición con el habla discursiva, a partir de la noción batailleana de vacío como exposición de la disolución y la imposibilidad. De este modo, nos ocupamos en lo fundamental de esclarecer la caída del discurso en el silencio y el vacío que es mostrado como un lugar donde ya no hay juego entre límite y discurso: este lugar es el ojo. Bataille instala en este juego el espacio de la ausencia y la experiencia del vacío en un pensamiento que emerge desde un afuera continuo que se constata como disolución, tomando la imagen del ojo como metáfora de su movimiento. Cuando el límite del discurso muere en lo imposible, lo que ahí queda es un silencio en lo imposible o, como él mismo lo llama, la noche.

El pensamiento de Georges Bataille se enmarca dentro de una tradición que desvaloriza la hegemonía de todo fundamento para la reflexión y se caracteriza por un acérrimo rechazo a toda trascendencia suprasensible. Es por ello que gran parte de sus planteamientos se inscriben en la perspectiva abierta por la depreciación de toda categoría metafísica fundacional. Esto lleva al autor francés a considerar como parte integral de todo pensar, la devaluación de la historicidad trascendental del saber, instalando su pensamiento en una casi total desmitificación de la filosofía como una disciplina absoluta capaz de acaparar, a modo de centro, tanto la explicación del fondo metafísico último de la realidad como la justificación racional del actuar humano.

Este rechazo del fundamento de todo saber en estructuras estables y fijas como valorización de la experiencia inmediata, liberada de toda determinación categorial, implica, por una parte, para el autor francés la aceptación de la precariedad del todo, su carácter siempre inacabado y, por otro, una desocultación de la inmediatez de la experiencia en desmedro de toda certeza apodíctica y universal. En su lugar instala la búsqueda del gesto paródico, figural y metafórico que abre al horizonte del cuerpo como espacio de experimentación, como punto dislocación y movilidad del sinsentido.

En esta dirección será fundamental la consideración que Bataille efectúa sobre la muerte oponiéndose al discurso lógico, para él, constitutivo y fundador de la cultura occidental. De este modo el habla filosófica debe ser la expresión de cómo el sinsentido ingresa a los puntos de constitutivos de éste discurso, detectando accesos en las periferias que circundan los lugares donde éste encaja las condiciones precisas de su lógica centralizadora. Dicha crítica evidenciada por Nietzsche y de la que Bataille es un heredero acérrimo, tendrá plena validez en la experiencia de la muerte que aquí se intentará señalar, atribuyendo a la dialéctica, incluyendo la hegeliana, una confianza insostenible en el fundamento (Grund)1.

De lo que se trata en este escrito, ante todo, es de lo imposible, en tanto que imposible para el pensamiento, el cual se torna impotente al confrontarse con la experiencia límite de la muerte. Se resaltará la homologación que Bataille efectúa entre imposibilidad y muerte tratando de dar a conocer una contradicción y fomentar un hecho fundamental: la muerte es aquello que no puede ser explicado y tampoco puede ser introducido en cadena discursiva o significante alguna. Pues eso supondría, que debiéramos morir y, al mismo tiempo, vernos morir2, lo cual permanece obligándonosa conformarnos con ver el cadáver inerte de otros para representarnos nuestra muerte per analogiam. En definitiva, lo que vale para la experiencia de la muerte, vale también para la experiencia que el pensamiento eventualmente podría llegar a elaborarse de ella3, esto es, la muerte debiese acceder mediante la experiencia a la representación, acción ciertamente imposible.

Esto explicita la contradicción fundamental de la que se hace cargo Bataille en referencia al tema de la corporalidad enfrentada a la muerte y la experiencia que de ella se colige. En efecto, pues cuando el miedo que siente el hombre ante la muerte lo obliga a salir fuera de sí, escapando de todo límite para la experiencia, se da cuenta que se confronta no sólo con la experiencia de lo imposible, sino con la imposibilidad, con la muerte, en su máxima expresión, siéndole forzoso mirarla de frente, sin ningún subterfugio del lenguaje. La muerte libera a la experiencia de toda relación discursiva y abre al cuerpo a la continuidad que ésta le otorga. De este modo, cada vez que el discurso intenta pensar la muerte, aparece su gran imposible4, y ocurre que al no poder explicarla, el pensamiento y con él, el conocimiento,- según el autor francés- mueren5. Esta muerte de la que habla Bataille los obliga a derrumbarse en la noche imposible que los absorbe, encontrándose de este modo el ser, atrapado por la doble tenaza de la muerte6.

De ello es de lo que interesa hablar, de qué ocurre en ese cuerpo que muere y cómo esa experiencia muestra o no, un límite, o bien, una experiencia más allá de este límite, ilimitada. Y, de otra parte cómo, no obstante, nada hay, para nosotros, sin límites que nos acerque a algo que ni siquiera podemos decir que es ilimitado, lo cual refuerza la posición batailleana de que no es cuestión de un saber, sino más bien de un no-saber; no es cuestión de un decir, sino de un silencio y, por último, no se trata aquí de algo, sino de NADA. Esto en Bataille lleva un nombre muy preciso: soberanía. La NADA de la soberanía, es un espacio irrecuperable donde imperan el no-saber, el silencio y la noche de la muerte. Esto ya lo ha expuesto Jean-Luc Nancy con claridad suma.

“De este modo la exposición al NADA de la soberanía es lo contrario al movimiento de un sujeto que llegaría al límite de la nada (lo que, en el fondo, constituye el movimiento permanente del Sujeto, que devora en sí, indefinidamente la nada que representa todo lo que no es para sí; se trata al final, de la autofagia de la verdad). <<En>> el <<NADA>>, o en nada –en la soberanía-, el ser está <<fuera de sí>>; está en una exterioridad  que es imposible recuperar, o tal vez habría que decir que es de esta exterioridad, que es un afuera que no puede remitirse, pero con la cual mantiene una relación esencial e inconmensurable”.7

Como este fragmento nos aclara, la relación de lo imposible con la muerte nos arroja a la NADA de la soberanía, considerando que fuera de los límites, no podemos referirnos a la disolución, como a la muerte de un Sujeto, sino a la muerte que se da en un espacio que es exterior a toda muerte particular y respecto de la que no hay decir posible. La NADA, se da sólo en el instante de la muerte. De todo lo que es soberanamente en el instante nada podemos saber, la muerte anuncia en el límite del discurso, el punto donde éste se calla; en la fractura que traza su límite, donde le es mostrado su más allá, lo que importa no es ningún tipo de trascendencia -ningún Dios en el lenguaje de Bataille-, sino sólo el instante inmediato donde la inexistencia se asienta: “El más allá de mi ser es en primer término la nada”8. Acerca de este acontecer en la inmediatez, al discurso le es imposible decir palabra alguna, sin remitirse a algún trasmundo metafísico, ya que cuando muere en los intentos por comprender a lo imposible, lo que ahí queda es un silencio. Es un punto en que el juego del límite con la transgresión se consuma y ambos encaminan su espacio hacia la noche del vacío en la que nada es más que desmoronamiento, desposesión y disolución violenta.

La experiencia de la nada en Bataille, es un ir más allá del límite que conduce al discurso al límite -irremediablemente habría que decir-, a su desaparición, porque lo lleva hacia esta muerte que se ofrece como vacío y donde verdad alguna tiene cabida, sino sólo aquella que se convierte en cuerpo para abandonarse al éxtasis de la disolución. Es cuando aparece en la muerte, “la figura del ser que sólo es la trasgresión de su propio límite”9. Es una figura del ser que es constitutiva de su propio límite y, para la que más allá de éste, no quedan más que las huellas de lo que no es él, esto es, la muerte pura y simple, “vale decir de la alteridad, entre ella y ella”10.

Bataille habla de una muerte, de una aproximación al vacío que se anuncia a la experiencia luego de la cual, habiendo traspasado el ser su propio límite, se convierte simplemente en nadainterrumpiéndose así, “por definición el desarrollo de las posibilidades de conocer mediante distinciones claras (es una impotencia y una consideración exterior que diga a posteriori: ‘sitúo’, ‘alcanzo’, ‘interrumpo’: si situara lo que fuera en el instante, lo subordinaría a la situación como el obrero cuando pule el objeto terminado)”11. La disolución en la que ingresa el ser, es la exposición de su propio vacío y de que “no tiene como objeto un fragmento muerto que existe interiormente de igual modo que las llamas”12. Este vacío no está por fuera de toda experiencia posible como siempre lo quiso mostrar el discurso del saber, sino que se encuentra en la razón misma.

Esta es la causa fundamental por la que la pura ausencia, es de un modo incierto la oscuridad del pensamiento donde éste se ilumina a sí mismo en su muerte como Foucault nos lo aclara: “Es en su morada oscura donde encontramos la ausencia de Dios y nuestra muerte, los límites y su transgresión. Pero tal vez se ilumine para quienes, por fin, han liberado su pensamiento de todo lenguaje dialéctico, como se ha iluminado, y más de una vez para Bataille, en el momento en que experimentaba, en el corazón de la noche, la pérdida de su lenguaje”13.

Esta experiencia interior, experiencia del vacío, se inicia cuando se llega a la convicción de que el pensamiento nunca ha sido más que una nada y que cuando no lo ha sido, fue a condición de ocultarse en tanto que nada, ocultación que se ha efectuado por el miedo al instante de la absoluta pérdida. Esta ocultación se ha llevado acabo pues lo único que otorga es soledad, silencio y noche a precio de NADA. “Esta soledad no es necesariamente terrible. La desaparición puede ser gozosa hasta el final. Pasar ante mis ojos hasta el final como una broma sin límites, pero esta negación del límite implica con todo que yo desaparezca (…)”14. El saber se transforma en nada, una desposesión imperecedera en el vacío a que es llevado el límite de lo posible y ahí no hay posibilidad alguna de engaño por parte del pensamiento, porque sencillamente no hay ninguna posibilidad: ahí todo es puramente imposible15.

Y si en el vacío sucede lo mismo con lo que me engaña que con lo que no me engaña, quiere decir en primer lugar que para éste todo transcurre indiferenciadamente. En el instante de lo imposible la fractura no cesa de multiplicarse, es “es violenta, es ciega”, “es una risa, un sollozo, un silencio que nada tiene, que espera y que nada retiene”,  es “una pobreza de la que no paran de reír aquellos que enriquecen su insensata generosidad”16.La transgresión se filia con la soberanía a partir de su puesta en juego17, es lo que pone en tensión al discurso para mostrarle cómo su límite se disuelve ante el abismo que es su imposible18. En su arrastrar ese límite a la pérdida, muestra que, en tanto que fractura, se nutre de la tensión que abre a la soberanía para poner en dispersión complejos de desvanecimiento y desposesión al interior del discurso. Por eso es que la escritura que es soberana pone en dispersión, a su vez, conceptos (o bien no-conceptos) que no dicen nada.“La muerte y el instante de una embriaguez divina se confunden en cuanto se oponen por igual a las intenciones del Bien, fundadas sobre el cálculo y la razón. Pero oponiéndose, la muerte y el instante son el fin último y la solución de todos los cálculos”19.

En esa nada anterior y simultáneamente posterior a todo que, siempre se ha encontrado disolviendo lo que aparentemente era un discurso omnipresente, la destrucción en la que el pensamiento entra a causa de la plena violencia ya no es ni siquiera pensable un más allá Ideal pues, “¿cómo podría seguir siendo aceptable un más allá, Dios o cualquier cosa similar a Dios? Ningún termino es lo bastante claro para expresar el dichoso desprecio de quien ‘danza con el tiempo que lo mata’ frente a quienes se refugian en la espera de la beatitud eterna”20. Sólo de esta manera, en la absoluta pérdida, es absoluta la afirmación de la nada, que no sólo atraviesa de punta a punta el pensamiento de Bataille, sino también a un cierto filosofar contemporáneo21.

Es en ese vacío, que se encuentra en el extremo de la operación soberana, cuando la transgresión ya ha desnudado a la prohibición como algo artificial22 y, en cierto modo vano, que se muestra el discurso como algo impotente y sólo así es genuina la experiencia del sinsentido, de la ausencia de fundamento23. En el vacío que el pensamiento de Bataille nos intenta mostrar, todo es indiferente y constituye lo que se encuentra, finalmente, en el fondo del movimiento de la plena violencia: la muerte en la que ya es imposible querer nada; la transgresión lleva a todo lo posible a la nada donde todo es imposible, ya nada es con sentido, porque ya en el silencio nada es pregunta, ya no hay dialéctica, no hay contrarios que participen de la comedia discursiva: la contradicción misma que se muestra como aniquilación. “Me entrego a la paz de la aniquilación. Los rumores de la lucha se pierden en la muerte como los ríos en el mar, como el brillo de las estrellas en la noche”24.

Esta experiencia del límite que Bataille trata de mostrar, es al mismo tiempo, el entronque con la comunicación sin lenguaje; comunicación que por un anuncio violento, es como si haciéndose cargo de este pensamiento no dejara de hacer referencia a la noche. Una noche ensordecedora y ciega que se sitúa instantáneamente en la experiencia del límite como comienzo del silencio, pero en la que sin embargo Bataille trata de entramar la comunicación de la muerte de Dios, cuyo rostro tendrá más bien en carácter de una contradicción. “La única respuesta no irrisoria es hay Dios, es lo impensable, una palabra, un medio para olvidar la eterna ausencia de reposo, de satisfacción implícita en la búsqueda de que somos. La incorrección del pensamiento que se concede el momento de detención de la palabra Dios está en ver en su derrota una resolución de las dificultades que ha encontrado”25.

Este gesto, es el relato de la inserción del sinsentido, cuando el discurso llega al límite abriéndose al éxtasis, “la experiencia (extática) del sentido del sinsentido, invirtiéndose en un sinsentido del sentido, y después otra vez… sin salida admisible…”26; donde se vive a Dios en tanto que máxima plasmación metafísica de la unificación de lo diverso, haciendo que su existencia caiga presa de su inexistencia, parodiándolo27 de un extremo a otro, desde el límite que muestra su acabamiento, al gesto que lo comunica como discursividad; volviendo a mostrarlo nuevamente y de manera plena como ausencia.

En consecuencia, el pensamiento que Bataille intenta poner en dispersión se ubicará a sí mismo en un contrasentido siempre en diálogo con la filosofía hegeliana, dando pie a la actitud con la que inaugura su gesto filosófico y con la cual pone en retirada, a través de la violencia, los conceptos con que se desmiente todo un horizonte de comprensión dialéctica. Así se refiere a este sesgo antidialéctico: “No puedo abordar este sesgo más que renunciando al conocimiento”28, porque sólo así “puede descartar el pensamiento de que él o Dios impide que el resto de las cosas sea absurdo”29.

Sea que esta dialéctica actúe como unificación o como creadora de trasmundos, el gesto de sinsentido, que es asumido por Bataille como agresión, es de forma decisiva, la instrumentalización de la muerte de Dios, y es lo que finalmente, su renuncia al saber practica, en la caída del discurso, esto es, decir la irruptividad de lo transitorio y el descuelgue del lenguaje en la disolución.  Lo que aparece en el vacío es la intensificación de la ausencia de límite, de lucha y acción negadora; la transgresión ayuda a intensificar el silencio del vacío30, se nutre del extravío para desencadenar la violencia que arrastra el límite al abismo que finalmente acaba por consumir al discurso, poco importa quien lo haya expuesto con mayor o menor precisión y profundidad, lo que aquí interesa es que este abismo carece de fondo, pues ni siquiera tiene superficie. La frase del vacío y la disolución, esta frase que es para Bataille la instauración del silencio a partir de las palabras de la comunicación sin lenguaje, evoca la posibilidad que otorga la vida de ser vivida “hasta el límite”31, para entrar riéndose en el no-saber, en la no-vuelta atrás y así ejecutar el paso de baile del no-retorno en que el discurso se desposee. “Lo que proporciono. La honestidad del no-saber, la reducción del saber a lo que es”32.

II. El cuerpo como apertura a la experiencia de la muerte.

1. No-saber, cuerpo y silencio.

Esta noche que es el no-saber, es la mera continuidad hacia la que el ser se abre a la muerte, en las inmediaciones de la contradicción y es, simultáneamente, lo que la muerte ha anunciado desde siempre, en cada manifestación de lo violento, en cada uno de los movimientos de destrucción en los que se consuma. Un no-saber, partir del cual podemos llegar a comprender lo seductor que resulta pensar que la única diferencia que existe entre la aproximación soberana de la transgresión al vacío de la muerte y el misticismo religioso, es que en Bataille se torna sublime la experiencia inmediata de la carne: el cuerpo como espacio de experimentación.

Sólo así, mediante el sometimiento del cuerpo al padecimiento de lo ilimitado es como se abandona todo punto de partida para la experiencia humana, ya que en el abandono del cuerpo al desgarro violento de la transgresión abre al ser a la ausencia de centro. La carne comulga con la muerte en la fascinación del éxtasis hasta el horror: “desearía ser degollado violando a la chica a quien hubiera podido decir: eres la noche”33. Todo se renueva a cada instante en la experiencia que contempla la totalidad en la plenitud de su soberanía sin nunca, en su fugacidad instantánea, llegar a constituir la articulación de una palabra o un pensamiento. Aunque si bien es una experiencia silenciosa, el desgarro de la carne en el éxtasis no es hermético.

Lo que ocurre es que al ubicarse más allá de todo límite, si bien esta experiencia es inexplicable se expone a una mirada cuya proveniencia es el silencio de la noche. Siempre hay un ojo que observa, lo cual no implica en ningún modo una otredad trascendente a la experiencia, lo que observa este ojo es la fusión de la disolución y lo desconocido. No es un ojo que procese o comprenda alguna cosa, no es un silogismo del discurso porque es parte de esa experiencia en lo inmediato. La carne se desgarra en el éxtasis ante un ojo observa desde la noche, desde el vacío. “Y es que el ojo, pequeño globo blanco encerrado en su noche, dibuja el círculo de un límite tan sólo traspasado por la irrupción de la mirada”34. El pensamiento no puede ir de lo conocido a lo desconocido, sólo el ojo viene de lo desconocido a insertar su mirada en la muerte de lo conocido, arrastrando ciegamente  y sin respuesta, (el no-saber, la no-pregunta disuelve también toda posibilidad de respuesta) al discurso a mostrar los entresijos por los que la disolución del ser discontinuo en  la noche se asoma35.

2. El Ojo, la metáfora de la muerte.

El ojo representa la extrema seducción, con la que Bataille se refiere a lo imposible; es la imagen del pensamiento de lo imposible cuyo mostrarse está recubierto de seducción. “En efecto, acerca del ojo me parece imposible pronunciar otra palabra que no sea seducción, pues nada es más atractivo en lo cuerpos de los animales y de los hombres. Pero la seducción extrema probablemente está en el límite con el horror”36. Pero aun cuando decimos ojo, no hacemos referencia a un yo; evidentemente, en el abismo, en el vacío ya no es posible la presencia de un yo; en el vacío no es posible ningún tipo de presencia que persista en conservarse.

Para el ojo no existe espacio alguno para ningún tipo de imperativo, los imperativos llegan tarde a su imagen, éste es de un modo extraño incluso el punto ciego de cualquier imperativo, discurso y entendimiento37. Esta imagen del desgarramiento de la carne ante el ojo, “constituye igualmenteun punto de vista inevitable, una dirección del ser exigida por la avidez de su propio movimiento”38. El ojo celebra la unión del sinsentido con lo abyecto, la parte maldita, esto es, donde el ser extasiado ríe ante la muerte y observa que cuando los límites han caído nada “subsiste que no sea vacío –una nada como es el blanco de los ojos”39.

Opuestamente a lo que ocurre en la filosofía de la reflexión, donde el ojo es esa imagen de interiorización, es el gran conocedor, en el pensamiento de Georges Bataille lo único que este ojo ve es el momento en que el cuerpo se entrega al gasto máximo de la muerte. Lo que ocurre es que la metafísica se ha encargado, de hacer de este ojo, un centro de unificación donde todo lo diverso halla su caída, una gran mirada capaz de atravesarlo todo y no dejar espacio alguno sin que la mirada lo alcance40.

La mirada metafísica es como un gran recurso que se posiciona, cada vez más tenuemente, sobre todo para retenerlo en su mirada, así detrás de un ojo hay otro y otro, todos los ojos posibles; el ojo de la dialéctica abarca todo lo mirable, hasta hacerse casi imperceptible. Toda decisión del saber se traspone, se “transmunda”, en la unidad que va anudando dialécticamente todo el espacio de su mirada y detrás “de todo ojo que ve hay un ojo más tenue, tan discreto pero tan ágil que, a decir verdad, su todopoderosa mirada roe el globo blanco de su carne”41; una mirada es una reflexión, por ello, toda su esencialidad es la cara de la unificación, la unidad se traza interiormente en la discursividad, su tramado mismo es la transparencia de la interiorización en que se funda la mirada dialéctica, la mirada dialéctica se fricciona reflexivamente en la violenta fractura de la transgresión.

Lo que el discurso no ve es el movimiento de transgresión que hace aparecer al ojo, el ojo de Bataille es aquello que se proyecta en su imposibilidad, salta, transgrede, se arroja del límite de su glóbulo y este transgredir límite configura en su mirada vacía todo su ser, en su transgresión se encuentra con ese “entresijo”42 por el cual se asoma a presenciar la experiencia imposible. En Bataille el  pensamiento es seducido a espiar en ese ojo, en ese entresijo, a beber de la nada que se ofrece en su seducción43, mostrándole la noche de su muerte y el silencioso y solitario vacío en el que entra violentamente, mirando en esa noche imposible de la muerte, “sintiendo su muslo en la oreja”44.

El ojo le muestra que su instante desgarrador es como un relámpago en medio de la noche, el siguiente texto puede ser esclarecedor al respecto45. Muestra también que no hay otra verdad que el silencio, así es como el abismo se torna tentadoramente seductor, pues muestra sencillamente que la muerte y el discurso quieren ver su muerte, aunque su voluntad se apague en la noche que todo lo disuelve46. El ojo nos sirve para captar por fin el real sentido que adquiere la muerte de Dios en Bataille, es decir, la experiencia de “poner los labios sobre su llaga viva”47, para ver morir en los límites de su propio cuerpo sin palabras a la carne, que atenazada por la nada, muestra su disolución “en un extraño suspenso”48. El ojo de Bataille es una imagen privilegiada de esta experiencia de la muerte por esa proyección que lo hace morir pero que, sin embargo, no  se proyecta, como se pudiera pensar, hacia el exterior puesto que no hay tal exterior. Si el ojo se proyecta es para lanzar su mirada imposible hacia el vacío silencioso del abismo49. “En Bataille, el movimiento es al revés: al saltar por el límite  globular del ojo, lo constituye en su ser instantáneo; lo arrastra en ese chorrear luminoso (fuente que se derrama, lágrimas que se vierten, muy pronto sangre) lo arroja fuera de sí mismo, hace que pase al límite, allí donde brota en la fulguración en seguida abolida de su ser, y no deja ya entre las manos sino la bola blanca veteada de sangre de un ojo exorbitado cuya masa globular ha apagado cualquier mirada”50.

No queda nada más por decir, esta mirada es imposible porque se vuelca sobre el vacío, esta mirada vacía del ojo que muestra nada más que la noche de la muerte sin más. Muestra que en la noche, “no veo nada, no amo nada. Permanezco inmóvil, fijo, absorbido en ELLA”51. Lo único que sirve de fondo al ojo es la ausencia de todo que consume en silencio la palabra, palabra a la que ya le es imposible pronunciar cualquier silogismo discursivo, esa palabra que ya no tiene sentido alguno por articular, es sólo una búsqueda vacía, en medio de una noche que disuelve todo, “del silencio más perfecto, búsqueda que de hecho tiene lugar, búsqueda de lo que más se acerca al silencio. Revuelta impugnando toda posibilidad y sólo ateniéndose a lo imposible”52, en la noche donde todo se “desvanece, pero exorbitado, atravieso una profundidad vacía y la profundidad vacía me atraviesa a mí”53.

La impugnación de los límites, le resta toda posibilidad de afirmación delineándose ya no como negatividad abstracta ni como positividad, sino como muerte, silencio en el que el ojo se extirpa dejando en su lugar nada más que ausencia54. El espacio de  proveniencia del ojo es el puro afuera que hace brillar su pupila vacía sólo para recoger la violencia de la ausencia. Su violenta extirpación, aquello que es ese relámpago, deja no obstante, de señalar que la fractura de la transgresión lleva al límite toda posibilidad de unidad entre el texto y la mirada: “Hay, pues, el tejido vulgar del saber absoluto, y la abertura mortal del ojo. Un texto y una mirada. El servilismo del sentido y el despertar a la muerte. Una escritura menor y una luz mayor”55. No hay cabida para la mirada cada vez multiplicada de la dialéctica, lo único que hay es un ojo que se voltea para mostrar su extirpación en una renuncia; lo único que queda es un relámpago que alumbra la noche en el instante, en este mismo movimiento el ojo se cierra a la luz del día para mostrar sólo el brillo de su superficie  que dirige su noche hacia la cavidad vacía del cráneo.

III. El vacío como figura de la ausencia.

1. La muerte como experiencia de la ausencia.

“Pero quizás al ser arrancado sin moverse del sitio, volteado por un movimiento que lo vuelca hacia el interior nocturno y estrellado del cráneo, mostrando dentro su reverso ciego y blanco, es cuando el ojo realiza lo más esencial que hay en su juego: se cierra a la luz del día en el movimiento que manifiesta su propia blancura (esta es de hecho la imagen de la claridad, su reflejo de superficie, pero, por lo mismo, no puede ni comunicarse con ella ni comunicarla); y dirige la noche circular del iris a la oscuridad central que ilumina con un relámpago, manifestándola como noche”56.

Cuando el ojo realiza este movimiento del que nos habla Foucault sólo queda ese vacío en el silencio y no es que el ojo sea algo en y por sí mismo, sino que es la imagen del vacío pura y simple, sin parentela alguna con la negatividad abstracta, a la que el ser ingresa, como a su propia muerte, en su apertura a lo imposible, en su hundirse en el vacío sin límites, como si se tratara de un sol muerto que “escudriñado se identifica con la eyaculación mental, la espuma en los labios y la crisis epiléptica”57.

“El sol, situado en el fondo del cielo como un cadáver en el fondo de un pozo, responde a ese grito inhumano con la fascinación espectral de la podredumbre. La inmensa naturaleza rompe sus cadenas y se hunde en el vacío sin límites. Un pene cortado, fláccido y ensangrentado, sustituye el orden habitual de las cosas. En sus pliegues, donde muerden todavía mandíbulas doloridas, se acumulan el pus, la baba y las babas que han depositado allí enormes moscas: fecal como el ojo pintado en el fondo de un vaso, ese sol, que ahora toma prestado su brillo de la muerte, ha amortajado la existencia en la fetidez de la noche”58.

Con toda la dureza de su lenguaje Bataille nos lleva a constatar que esta figura de la disolución que es el ojo se configura en su pensamiento como un espacio de pura pérdida, imagen del gasto ya no improductivo sino absoluto, a la que el ser se invita por sí sólo en la transgresión de sus límites. Donde el mismo ser de la dialéctica se abre, “como un silencio signo de nada”59, a la tortura de la pérdida sin temporalidad ni palabras, en la que impotente grita que es nada más que muerte, que es la apertura a esta muerte y este silencio al que violentamente se arroja en una terrible danza60.

En las puertas del no-saber, de la muerte del límite en su encuentro con la inexplicabilidad de lo imposible, el saber no encuentra una verdad interior o secreta que su estructura dialéctica le haya impedido ver, porque luego de la muerte, ya no hay un más allá del discurso en sentido transmundano con lo cual se constata la muerte tanto del mundo verdadero como del aparente61. Esto, no obstante, no es una manera de hacer que las simulaciones se manifiesten en un espacio de inmanencia, para Bataille la muerte es un espacio constitutivo del no-saber62, en y por la pura disolución, para cuyo efecto y desfallecimiento no nos sirve, cabalmente, ninguna de las figuras de Nietzsche, cómo nos lo explica Foucault: “Desde las lecciones sobre Homero, hasta los gritos del loco en las calles de Turín, ¿quién, pues, ha hablado ese lenguaje continuo, tan obstinadamente el mismo? ¿El Viajero o su sombra? ¿El filósofo o el primero de los no-filósofos? ¿Zaratustra, su mono o ya el superhombre? ¿Dionisos, Cristo, sus figuras reconciliadas o este hombre que por fin aquí tenemos?”63.

El ojo volteado, siendo sólo la imagen del vacío en la contradicción, adquiere su privilegio, en el pensamiento de Bataille porque mantiene funcionando las categorías del saber64, pero las mantiene sosteniendo que ahí donde mueren aparecen polos que continuamente en su desterritorialización, en su desposesión, disuelven la centralización de las políticas unificadoras del Uno las que, son la principal característica del discurso65. Ciertamente, el ojo es la imagen de la puesta en juego del saber confrontado a la muerte, pero pone en dispersión la multiplicación de las disoluciones en esta puesta en juego; la muerte, en el sentido que nos entrega Bataille, no debiera presentar ninguna confusión con las figuras nietzscheanas de la disolución, éste último mantiene en suspenso, pone entre paréntesis, la puesta en juego del saber mientras instala espacios de descentramiento y desarraigo. El ojo es el modo que el no-saber tiene de ampliar el alcance de las figuras nietzscheanas de la disolución66 ya que éstas no nos sirven en el lugar hacia donde quiere llegar Bataille. “Si aspiramos a la cumbre, no podemos darla por alcanzada. Experimento, (…), la necesidad de decir, ¿trágicamente? quizá…- La impotencia de Nietzsche es inapelable”67.

El vacío actúa descubriendo en el movimiento de plena violencia, al éxtasis de la disolución, se constituye en el nexo entre lenguaje y muerte que sitúa la imposibilidad en el punto en que el límite y el ser se ponen en juego68. El ojo desorbitado manando sangre por todos lados “donde la ausencia de un sujeto soberano dibuja su vacío esencial y la fractura sin tregua de la unidad del discurso”69. El ojo es el quiebre donde se muestra este lenguaje de la disolución y el desgarramiento donde el discurso se calla, pero donde no dejará nunca de tomar la palabra. Un lenguaje que no es muerte sino a condición de ser experienciado en el éxtasis y su propia muerte la cual “sacia la sed del no-saber”70: “(Surgimiento dentro de la muerte, torsión de la luz que se apaga al descubrir que el interior es el cráneo vacío, la central ausencia)”71.

Un lenguaje que encuentra en su propia muerte, todas las formas anteriores de cualquier discurso, debido a que fundamentalmente se ocupa de todas las formas de su disolución, la pérdida de centro le es esencial porque es todo el relato de su imposibilidad inexorable, como el mismo Bataille lo expresa con los siguientes versos: “mi locura y mi miedo/ tienen grandes ojos muertos/ la fijeza de la fiebre/ lo que mira en esos ojos/ es la nada del universo/ mis ojos son ciegos cielos en mi impenetrable noche/ lo imposible está clamando”72.  Por ello, la transgresión siendo ese movimiento de retirada deja atrás siempre una cierta ausencia que interviene con el ojo: la ausencia de sentido.

Sin embargo, la “ausencia no es el reposo. Ausencia y muerte están en mí y me absorben cruelmente, con toda certeza”73, la ausencia no puede ser algo determinado, precisamente porque no se deja nunca determinar por nada, tampoco está al final del recorrido, sino que es puro desgarramiento en la noche del discurso: “un viento loco silva en tu cabeza/ enferma de haber reído/ me huiste por un amargo vacío/ que te desgarra el corazón/ desgárrame si tu quieres/ mis ojos te encuentran en la noche/ ardiendo de fiebre/ tengo frío en el corazón y tiemblo/ desde las profundidades del dolor te llamo/ con un grito inhumano/ como si pariera/  tu me ahogas como la muerte”74. No precede ni sucede ni a la risa ni a la soberanía ni a la transgresión, ni mucho menos al vacío, la ausencia no es tampoco el ojo, porque el ojo es simplemente una figura que recibe el privilegio mítico de presentar al vacío, que sigue de cerca la sucesión de figuras que se ponen en juego en este pensamiento deslumbrado “por las mil figuras que construyen el aburrimiento”75.

La ausencia siempre está aconteciendo para Bataille, “ya en calma, ya tempestuosa”76 haciendo que las palabras causen ahogo en un éxtasis que ya no está “limitado por las palabras”77, ya no tienen cabida alguna ni en la ausencia ni en la noche, pues ya no importan las pretensiones de verdad discursiva, así, tampoco importa si todo es falso: “todas las palabras me ahogan/ estrella horada el cielo/ grita como la muerte/ ahoga/  no quiero vivir/ qué dulce es ahogarme/ la estrella que se eleva/ está fría como una muerta/ véndame los ojos/ amo la noche/ mi corazón es negro/empújame a la noche/ todo es falso”78. En este sentido, si la risa en Bataille acontece como disimulo y siempre como no siendo jamás, lo es porque la ausencia se da a su vez como la forma que la tensión adopta en sus desarrollos; cada explosión de la risa, es una desposesión, “la risa coordina a los que reúne en convulsiones unánimes”79, pero lo hace porque el desarraigo de la ausencia está jugado en los movimientos de tensión, implicándose tanto en los movimientos de ocultación como en los de revelación del servilismo del pensamiento discursivo.

En cierto modo, la ausencia es el anfiteatro donde todo está desde ya jugado y es también donde todo se decide, ya que todo existe sustrayéndose, como si cada cosa fuera sólo un resplandor vacío cuya habitación es tan sólo el instante80.

2. Ausencia y afuera.

El aspecto de la escritura, sus límites, las reacciones a la unificación y la movilidad particular que la retirada entraña provoca que se constituya siempre como algo no dado, que en cada movimiento de retirada va dejando tras de sí lo que verdaderamente importa: la desaparición que sugiere que en realidad nada acontece sino bajo la forma de la desaparición81. Razón por la cual hay decididamente un espacio de muerte que es presentado por el ojo, una declinación definitiva, pero incluso cuando todo ha desaparecido hay algo que concede presencia a la ausencia y, aunque Bataille hable de lo imposible como aquello de lo que no tenemos habla posible, la ausencia que resta como excedente y que constituye ese afuera del que todo pareciera surgir es de lo que realmente interesa hablar; pero de esta ausencia que tiene presencia cuando todo muere y ya no podemos nada decir82, es como una luz que se arroja sobre la irrealidad fugitiva que sin embargo es, de una extraña manera, chocando de vuelta contra el vacío en que todo se acaba83.

Los movimientos de desaparición son irrecuperables84, de la ausencia nada puede retornar, porque no se puede recorrer el camino de vuelta desde el vacío, ya que la muerte le es irrecuperable y si bien lo imposible le es tan pesado a la ausencia como lo es para lo posible, tiene sin embargo esa presencia que nada le arrebata: la ausencia está condenada al silencio, pero del mismo modo todo está presente de modo continuo para Bataille85. La ausencia no es nada, pero es todo lo que no es nada: la risa, la transgresión, el vacío y la muerte. Así es que si bien su condena es el silencio, el ojo como figura de la ausencia es finalmente aquello donde ya no queda nada que no sea extravío, que no cubra todo aquello que es desaparición. No es el éxtasis ni las lágrimas ante la muerte sino aquello que se introduce cuando la muerte se ha separado del éxtasis y las lágrimas, ya que la ausencia abre un mundo donde todo está suspendido luego que ya ha entrado en la muerte, de manera que se nos torna tan conocido como lo conocido86. Es un vacío entre un nosotros imposible que se presenta en el ojo: lo que ocurre con la ausencia es que está afectada imprevisiblemente por la imposibilidad, es decir, que su condena al silencio hace que se nos presente como algo imposible de producir, pues ahí donde adviene la muerte, pareciera no haber más posibilidad que remitirnos a la ausencia para representárnosla87.

Carlos Roa Hewstone

Notas:

1DERRIDA Jaques, De la economía restringida a la economía general, un hegelianismo sin reservas, en La escritura y la diferencia, Anthropos, Barcelona, 1989, Pág. 377. (En adelante ERGH)

2 “Aquel que muere, pero que al morir concede a la muerte su presencia, por lo menos aquel que muere apartándose del ritornelo de la vida, que muere pues absorbido en ‘el mundo en que morimos’ (donde por cierto la ausencia sucede a la presencia  que sólo le atribuimos al ‘mundo en que vivimos’), aquel que muere consagrado por completo a la desaparición que es su muerte no podría tener testigos si ya esos testigos no participaran, aunque sólo fuera mediante un ligero trastorno, de la universal desaparición que es la muerte”. “El mundo en que morimos”BATAILLE G., en La felicidad,  el Erotismo y la Literatura, Adriana Hidalgo, Bs. Aires, 2001, Pág. 368. (En adelante LEL).

3 “El no-saber y la revuelta”, en LONM, Pág. 111.

4 BATAILE G., El erotismo, Tusquets, Barcelona, 1997, Pág. 21. (En adelante E)

5Ibíd., Pág. 159.

6 BATAILLE G., Lo que entiendo por soberanía, Paidos, Barcelona, 1996, Pág. 96. (En adelante LES)

7NANCY Jean-Luc, La comunidad inoperante, LOM Ediciones/ Universidad ARCIS, Santiago, 2000, Pág. 43.

8 BATAILLE G., Sobre Nietzsche. Voluntad de suerte, Taurus, Madrid, 1972. Pág. 51. (En adelante NVS)

9 FOUCAULT Michel, Prefacio a la trasgresión, en Obras esenciales, Entre lenguaje y literatura, Paidos, Barcelona, 1996. Pág. 136. (En adelante  PT)

10La comunidad inoperante. Pág. 56.

11“Postulado inicial”, en LEL, Pág. 71.

12 “La conjuración sagrada”, en BATAILLE G., La conjuración sagrada, Adriana Hidalgo, Bs. Aires, 2003, Pág. 299. (En adelante CS)

13 PT, Pág. 141.

14 BATAILLE G., Lo imposible, Premiá, México, 1989, Pág. 178. (En adelante I)

15 NVS, Pág. 147.

16 Ibíd., Pág. 75.

17ERGH, Pág. 359.

18 I, Pág. 169.

19 “Emily Brönte”, en BATAILLE G., La literatura y el mal, Taurus, Madrid, 1959, Pág. 17. (En adelante LM)

20 “La práctica de la alegría ante la muerte”, en CS, Pág. 255.

21 “Esta filosofía de la afirmación no positiva, es decir, de la filosofía del límite, es, creo, lo que Blanchot ha definido mediante el principio de impugnación. No se trata aquí de una negación generalizada, sino de una afirmación que no afirma nada: en plena ruptura de la transitividad. La impugnación  no es el esfuerzo del pensamiento por negar existencia o valores,  es el gesto que reconduce a cada uno a sus límites y por ello al límite en que se realiza la decisión ontológica: impugnar es ir hasta el corazón vacío en donde el ser  alcanza su límite y donde el límite define al ser”. PT, Pág. 129.

22“La connaissance et l’interdit de la mort”, en BATAILLE G., Lascaux ou la naissance del’art, Skira, Genève (Suisse), 1955, Pág. 29.

23 “Me imagino el cielo sin mí, sin Dios, sin nada en general ni particular –no es la nada-. Para mí, la nada es otra cosa. Es la negación –de mí mismo o de Dios-: Dios y yo mismo no habiendo sido nunca; siempre habiendo sido nada (si no, la nada es tan sólo una facilidad del juego filosófico). Por el contrario, hablo de un deslizamiento de mi espíritu al cual propongo la posibilidad de una total desaparición de lo que es general o particular (ya que lo general no es más que un aspecto común de las cosas particulares): queda no lo que el existencialismo llama un fondo del que se desprenden…, sino como máximo, lo aparecería a la hormiga si se abandonara, lo que no puede hacer y que mi imaginación puede representarme. En el olvido ilimitado que a través de mi frase, dentro de mí, es el instante en la transparencia, nada hay que pueda dar, en efecto sentido a mi frase, sino que indiferencia (mi ser indiferente) descansa en una suerte de resolución del ser, que es no-saber, no pregunta, aunque en el plano del discurso sea esencialmente pregunta (en el sentido en que esto es perfectamente ininteligible, y por eso mismo, esencialmente remisión, aniquilamiento de la pregunta)”. “El no-saber”, en LONM, Pág. 73.

24 Ibíd., Pág. 256.

25 “El no- saber”,  en LEL, Pág. 255.

26 NVS, Pág. 177.

27 “¡Lo absoluto inmutable! El Dios que desgarra la noche del universo con un grito”. LES, Pág. 166.

28I, Pág. 180.

29Op. Cit. Íd.

30“La ausencia de Dios”, en LEL, Pág. 68.

31NVS, Pág. 157.

32 LONM, Pág. 75.

33 “El ano solar”, en BATAILLE G., El ojo pineal precedido de El ano solar y Sacrificios, Pre-textos, Valencia, 1997, Pág. 22. (En adelante OPS)

34 PT, Pág. 136.

35“— ¿Quieres ver mis entresijos? —me dijo.

Con las manos agarradas a la mesa, me volví hacia ella. Sentada frente a mí, mantenía una pierna levantada y abierta; para mostrar mejor la ranura estiraba la piel con sus manos. Los “entresijos” de Edwarda me miraban, velludos y rosados, llenos de vida como un pulpo repugnante. Dije con voz entrecortada:

— ¿Por qué haces eso?

—Ya ves, soy DIOS…

(…)

Había guardado su postura provocante. Ordenó:

— ¡Besa!

—Pero… ¿delante de todos?…

Temblaba; yo la miraba inmóvil; ella me sonreía tan dulcemente que me hacía estremecer. Al fin me arrodillé; titubeando puse mis labios sobre la llaga viva. Su muslo desnudo acariciaba mi oreja: me parecía escuchar un ruido de olas como el que se escucha en los caracoles marinos. En la insensatez del burdel y en medio de la confusión que reinaba a mí alrededor […], yo permanecía extrañamente en suspenso, como si Edwarda y yo nos hubiéramos perdido en una noche de vendaval frente al mar”. BATAILLE G., Madame Edwarda, Premia, México, 1977,  Págs. 48- 49. (En adelante ME)

36 “Ojo”, en CS, Pág. 56.

37“Hay en el entendimiento un punto ciego: que recuerda la estructura del ojo. Lo mismo en el entendimiento que en el ojo es difícil de localizar. Pero en tanto que el punto ciego del ojo carece de importancia, la naturaleza del entendimiento quiere que el punto ciego tenga más sentido en él que el entendimiento”. “La experiencia interior”, en BATAILLE G.,  El aleluya y otros textos, Alianza, Madrid, 1888, Pág. 37. (En adelante AOT)

38 Ibídem, Pág. 29.

39 NVS, Pág. 164.

40“…el espíritu es un ojo. La experiencia tiene a partir de ahí un marco óptico, en tanto que en ella se distingue u objeto percibido de un objeto que percibe, como un espectáculo es diferente de un espejo. El aparato de la visión (el aparato físico) ocupa, por otro lado, en este caso el mayor espacio. Es un espectador, son ojos los que buscan el punto, o, al menos,  en esta operación, la existencia espectadora se condensa en los ojos. Este carácter no cesa si cae la noche. Lo que se halla entonces en la oscuridad profunda es un áspero deseo de ver cuando, ante ese deseo todo se hurta” “La experiencia interior”, AOT, Pág. 41.

41 PT, Pág. 136

42 ME, Pág. 49.

43 Ibíd., Pág. 137.

44 Íd.

45 “Pero el vacío que encuentra es también la desnudez que desposa EN TANTO QUE ES UN MONSTRUO que asume con ligereza muchos crímenes, y ya no es, como el toro, juguete de la nada porque la misma nada es su juguete: no se arroja a ella sino para desgarrarla y para iluminar la noche, por un instante, con un risa inmensa, a la cual nunca habría llegado si la nada no se abriera totalmente a sus pies”. “El laberinto”, en  CS, Pág. 226.

46 “No poseo otra verdad que el silencio, en el nombre del cual, despertado entre mis sábanas por las chinches, hablo como si me rascara. Lo que anhelo: la interminable noche de ausencia, una eternidad de palabras enfermas, a pesar mío pregonadas al oído, mi impotencia, la enfermedad mortal de las palabras, mis lágrimas, mi ausencia (más pura que mis lágrimas), mi risa, más dulce más maligna y más vacía que la muerte”.“La ausencia de Dios”en LEL, Pág. 68.

47 ME, Pág. 49.

48 Íd.

49 “Miré fijamente el vacío delante mí, una marca de repente violenta, excesiva me unió a ese vacío. Veía ese vacío y no veía nada, pero él, el vacío, me besaba”. I, Pág. 148.

50 PT, Pág. 137

51 “La experiencia interior”, en AOT, Pág. 41.

52“La enseñanza de la muerte”, en LONM, Pág. 101.

53 Op. Cit. Pág. 42.

54 Íd.

55ERGH, Pág. 382.

56 PT, Pág. 137.

57“Sol podrido”, en BATAILLE G., Documentos: ensayos, Monte Ávila Editores, Caracas, 1969, Pág. 95.

58 “Sacrificios”, en OPS, Pág. 65.

59 “La ventana”, en BATAILLE G., Poemas, Pre-textos, Valencia, 1997, Pág. 61. (En adelante P)

60 “El ser se invita a sí mismo a la terrible danza erotismo cuyo ritmo sincopado es el desfallecimiento, que debemos aceptar como tal, conociendo solamente el horror con el que se asocia. Si nos falla el corazón no hay nada más torturante. Y nunca faltará el momento de la tortura: ¿Cómo, si nos faltará el momento, superarlo? Pero el ser abierto sin reserva –a la muerte, al suplicio, al gozo-, el ser abierto y en trance de  muerte, dolorido y feliz, ya asoma en su luz velada: esta luz es divina. Y el grito que, con la boca torcida, este ser, ¿en vano?, quiere hacer oír  es un inmenso aleluya, perdido en el silencio sin fin”. E, Pág. 276.

61 NIETZSCHE Friedrich, El crepúsculo de los ídolos, Alianza, Madrid, 1989, Pág. 66.

62 PT, Pág. 134.

63 Ibíd., Pág. 131.

64Ibíd., Pág. 134.

65Íd.

66“Dossier del Ojo pineal”, en OPS, Pág. 45.

67 NVS, Pág. 137.

68 PT, Pág. 138.

69 Ibíd., Pág. 139.

70 “La experiencia interior”, en AOT, Pág. 38.

71 Op. Cit. Pág. 139.

72 “Poemas retirados de Lo arcángélico”, en P, Págs. 21- 44.

73 Íd. “La experiencia interior”.

74 Íd. P.

75 I, Pág. 166.

76 “La práctica de la alegría ante la muerte”, en CS, Pág. 254.

77 Op. Cit. Pág. 148.

78 Íd. P.

79 “La experiencia interior”, en AOT, Pág. 28.

80 “La ausencia de Dios”, en LEL, Pág. 371.

81 BATAILLE G., Teoría de la Religión, Taurus, Madrid, 1998, Pág. 93.

82 “La estabilidad puede existir, aunque ni siquiera allí hay garantía en cuanto a los límites de los movimientos que pueden producirse. Lo desconocido es, evidentemente, siempre lo imprevisible”. “No-saber, risa y lágrimas”, en LONM, Pág. 113.

83 “El laberinto”, en CS, Pág. 221.

84 I, Pág. 179.

85 E, Pág. 239.

86 “La enseñanza de la muerte”, en LONM, Pág. 107.

87 “La ausencia de Dios”, en LEL, Pág. 68.Carlos Roa Hewstone. Licenciado en Filosofía. Profesor de Filosofía. Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Estudios de pregrado Institut d’etudes politiques de Rennes. Francia.Tomado de:

http://www.psikeba.com.ar/articulos2/CR_el_ojo_como_figura_de_la_muerte_en_el_pensamiento_de_Georges_Bataille.htm

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