En cierta forma, este poder de la genialidad nos recuerda la noción de atención que aparece en William James y en Simone Weil: absorberse en la contemplación, trascendiendo las distracciones egoístas. La filosofía de Schopenhauer surge del idealismo alemán, y algo de esto persiste en él, si bien con ciertas diferencias. Podemos notarlo en su consideración de que la genialidad consiste en la contemplación de «las ideas eternas», por lo cual la imaginación es esencial para la genialidad. Atención e imaginación hacen al genio: “La imaginación, entonces, extiende el horizonte intelectual del hombre de genio más allá de los objetos que se le presentan en actualidad, tanto en relación a la cantidad como a la cualidad. Por lo tanto, una fuerza de imaginación extraordinaria acompaña, y de hecho es necesaria, para la condición de la genialidad”. Schopenhauer aclara que si bien la genialidad requiere de imaginación, una persona imaginativa no es necesariamente genial, pues puede ser simplemente fantasiosa. Por último, Schopenhauer marca la diferencia entre un hombre de talento y uno de genio en el hecho de que el hombre de talento se aboca meramente a los acontecimientos propios del «espíritu de su tiempo», dedicándose a las necesidades circunstanciales, contribuyendo al avance de disciplinas especializadas. Pero su trabajo es contingente a una época, y reemplazable.
LA TERSA DEFINICIÓN DEL GENIO DE SCHOPENHAUER HACE EVIDENTE QUE LA GENIALIDAD ES ALGO SUMAMENTE RARO Y MARAVILLOSO
El hombre de genio, por otro lado, «ilumina su era como un cometa en los trayectos planetarios». No va en orden «con el curso regular de la cultura de su tiempo». El genio «trasciende no sólo la capacidad de lograr algo de los demás, sino también su capacidad de aprehensión». Es decir, mientras que el hombre de talento es sólo alguien que puede hacer algo mejor que los demás, el hombre de genio hace algo que los demás ni siquiera pueden aprehender o concebir del todo. El hombre de genio es como el arquero que «da en un blanco… que otros ni siquiera pueden ver». Esto, obviamente, explica por qué la mayoría de los genios no son entendidos y celebrados en vida, algo que le ocurrió al mismo Schopenhauer, quien sólo fue apreciado como filósofo en los últimos años de su vida.