En medio de la avalancha de contenidos televisivos que se producen para satisfacer e incentivar la demanda del público millennial, hay un género en particular que destaca por la calidad de su contenido. Tal parece que el legado de Los Simpson ha sido el de conferir una extraña responsabilidad a las caricaturas: representar lo más absurdo de la sociedad de manera poética e inteligente para hacer una crítica enérgica. Desde Archer hasta Rick and Morty, los dibujos animados se han convertido en el medio alrededor del cual existe más permisividad para articular y, muchas veces, ridiculizar la crisis metafísica de la apoteosis contemporánea.
Entre todas estas series, hay una que acaso más subjetivamente que las demás presenta el drama existencial de manera sumamente profunda. Lamento el uso de un término que paradójicamente se usa muy a la ligera, pero es difícil encontrar un adjetivo que mejor describa el guion de Bojack Horseman: una sátira del mundo hollywoodense que invita al espectador a empatizar con un caballo alcohólico, autodestructivo, narcisista y misógino. En un tono sumamente ácido, y en la misma medida oscuro y divertido, los personajes de este mundo surreal ejemplifican aquella gran responsabilidad existencialista de la que hablaba Jean-Paul Sartre, y la dificultad de cargar con el peso que ésta nos adjudica; así para con nosotros mismos, como con los demás, pues nuestras acciones, inevitable e invariablemente, afectan a quienes nos rodean.
“La existencia precede a la esencia” es la frase más popular de Sartre y el movimiento filosófico que encabezó. La máxima es sencilla: cada quién define su propia esencia; no nacemos con un propósito, pero sí tenemos la libertad de determinar nuestra propia naturaleza y, por lo tanto, somos una manifestación de nuestras elecciones. Bajo esta perspectiva, nadie puede culpar a su signo zodiacal, al mandato divino o a ningún tipo de sistema que explique nuestra naturaleza cuando hacemos algo que lastima a alguien. Si amas a una persona, construyes dicho sentimiento con acciones consecuentes.
Tal como todos podemos llegar a decepcionamos de nosotros mismos, Bojack Horseman constantemente decepciona a sus audiencias, quienes desde hace cuatro temporadas buscan a un héroe que deje de correr en círculos para encontrarse sólo con él –o con uno– mismo. En el primer capítulo Diane Nguyen, la biógrafa de Bojack, le dice a nuestro antihéroe: “Tú eres responsable de tu propia felicidad”. Y una temporada después, cuando ella llega a conocer todas las conductas destructivas de Bojack y él le pregunta que si cree, a pesar de todo lo que ha hecho, que en el fondo es una buena persona, ella responde: “No creo que haya un ‘en el fondo’; creo que todo lo que eres es lo que haces”. Y ésta es sólo una de las facetas de la serie. El hecho de que todo se desenvuelva en Los Ángeles, entre actores, productores, agentes y escritores permite que en la historia se aborde el tema de la toxicidad de la cultura de las celebridades y el absurdo funcionamiento del mundo del espectáculo. Por ejemplo, la gata Princess Caroline, agente y exnovia de Bojack, encarna el dilema posfeminista de ‘carrera profesional vs vida personal’, en una caracterización alejada de los estereotipos que abre paso a temas como el aborto y la normalización de la discriminación de género. Y Mr. Peanutbutter, es un golden retriever leal y bien parecido a quien Bojack describe como “demasiado tonto para darse cuenta de lo miserable que debería ser”.
CON UN TONO SUMAMENTE ÁCIDO, Y EN LA MISMA MEDIDA OSCURO Y DIVERTIDO, LOS PERSONAJES DE ESTE MUNDO SURREAL EJEMPLIFICAN AQUELLA GRAN RESPONSABILIDAD EXISTENCIALISTA DE LA QUE HABLABA JEAN-PAUL SARTRE
Bojack Horseman puede resultar difícil de digerir para quienes no están listos para reflejarse en un ser deprimido, mitad animal, mitad humano; o para aquellos que no quieren enfrentar que, citando a algunos otros personajes, “Tú eres todas las cosas que están mal contigo” o que “La muerte no tiene significado, por eso es tan aterrante”.
Sin embargo, sospecho que la esencia de la serie va más allá de propagar el miedo que infunde la idea de que “la vida no tiene sentido”. En medio de tanta crítica y cinismo, hay un contundente llamado a los miembros de una sociedad donde la superficialidad es un modelo a seguir y donde cualquier evento significativo se termina reproduciendo en mil imágenes intercambiables y desechables. Es un llamado a tomar una postura; a definirnos a través de nuestras acciones.
La responsabilidad conferida en esta grave afirmación –la existencia precede la esencia– nos brinda la libertad de escribir nuestra propia historia; de decidir quiénes queremos ser y de demostrarle nuestro amor a los demás a través de lo que hacemos. No importa cuántas veces te hayas decepcionado a ti mismo y a los demás, porque –parafraseando por última vez a Diane–, “nunca es demasiado tarde para ser la persona que quieres ser”.
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