«Estoy cansada de no saber dónde morirme»
Estas eran las palabras que repetía María Teresa León durante su exilio. Quizás para no olvidarse de lo que le habían hecho o para recordar que todavía le quedaba el regreso. No saber dónde vivir puede ser complicado, pero no tener la certeza de dónde vamos a morir sin duda es una inquietud que puede resultar dolorosísima.
María Teresa tenía una mirada intensa y una belleza fina. Todavía al observar sus fotografías podemos sentir una fascinación impronunciable. Nacida en Logroño el 31 de octubre de 1903, fue una de las mujeres más interesantes de la Generación del 27 y, quizá por haberse casado con el hombre equivocado, una de las más olvidadas. Aquí una mínima semblanza de esta autora necesaria.
El olvido de María Teresa León
María Teresa León fue prolífica. Se dedicó al teatro, al cine, a la novela y también hizo muchas traducciones; sin embargo, no ha conseguido el renombre que otros autores de su misma generación. Escribí hace un tiempo sobre ese proyecto hermoso que es “Las sin sombrero” y hoy vuelvo a una figura ineludible de esa época, olvidada y despreciada, una mujer a la que muchos recuerdan por haber sido la esposa de Rafael Alberti pero que no era de nadie. Me cabe otra pregunta que me apuntaló Carmen G. de la Cueva ¿habría sido Alberti sin Teresa?
María Teresa fue una mujer con agallas que aunque se casó de jovencísima (tenía 17) se separó al cabo de unos años. Siendo una de las primeras divorciadas antes de que el divorcio estuviera constituido en España, y en una realidad donde imperaba la moral y la doctrina cristiana, ella supo oponerse a todas estas formalidades para buscar su propio camino. Durante unos años vivió como una mujer separada con dos hijos a los que no podía ver (otra consecuencia del machismo de la época). Una tarde conoció a Rafael Alberti de quien se enamoró perdidamente (dicen que hasta la muerte). No sé si aquello fue una chispa de luz en medio de la oscuridad o más bien un clavo ardiendo al que Teresa se aferró por su terquedad; lo cierto es que, de aquel amor surgió un Alberti sobre el que se construyeron calles, escuelas, monumentos y una Teresa cada vez más olvidado. Podría decirse que aquello fue un apasionado romance que terminó con su muerte física y literaria.
La memoria que se esfuma
Aunque sus primeros textos los publicó bajo el seudónimo de Isabel Inghirami, la heroína de D’Annunzio, pronto su nombre comenzó a nombrar, hasta que se apagó (o lo apagaron). De sus libros habría para escribir mucho. Me quedo con sus dos joyas imprescindibles. En “Memoria de la melancolía” podemos descubrir a un Alberti más humano y por ende, cruel, y también descubrir a esa mujer valiente y luchadora que fue María Teresa, a la vez que nos adentramos en un estudio casi poético y filosófico de lo que fue aquel boom de artistas que formaron el Veintisiete. “Cuentos para soñar” es otra de las maravillas que compuso León. Una elocuente y enérgica reivindicación de lo mucho que puede salvarnos la literatura. También un libro con mucho dolor que nos deja ese sabor amargo de preguntarnos, ¿la habrá salvado realmente a ella?
El amor no es eterno, parece, y por eso cuando aparecieron los primeros signos de Alzheimer, Alberti se olvidó de María Teresa, que fue cuidada hasta el final de sus días por una sobrina de ambos. Atrás habían quedado aquellos años de lucha política (ambos afiliados al Partido Comunista lucharon durante la Guerra Civil española y también juntos se exiliaron), de noches apasionadas, de ir a contra corriente del mundo. Puede que la mente sólida de María Teresa no haya podido soportar la cachetada de indiferencia que le prodigaba el mundo y su mundo (que entonces era Alberti) y haya necesitado recluirse, a ese espacio donde no hay noción de lo que nos rodea, a habitar en una nube donde se pueda soñar sin pasado, sin responsabilidad, y por ende, sin futuro.
A su padre, que era coronel del Ejército, Alfonso XIII le dijo que si todos sus hombres fueran como su hija [ María Teresa] “¡menudo ejército tendría!”. Y es que ella, tan dulce, tan hermosa, tenía una vitalidad y unas ganas de cambiar el mundo que la fueron consumiendo. Dicen que el Alzheimer se lo dio en herencia su madre que también padeció esta enfermedad, pero supongo que España tuvo mucho que ver en esta dolencia. Seguramente también fue su madre quien le inoculó tamañas agallas que le ayudaron a convertirse en una de las primeras mujeres que consiguió doctorarse en Filosofía y Letras. Se crió en un entorno donde la cultura y el arte ocupaban un sitio privilegiado y desde pequeña se acostumbró a cuestionarlo todo y a usar la escritura como herramienta de diálogo y crítica.
El exilio de María Teresa y Rafael comenzó en 1940 y fueron casi cuarenta años fuera de España. Parece poco, pero son demasiados. Parece mucho pero se pasan rápido. Mudando de residencia entre Buenos Aires, Montevideo y Roma finalmente pudieron regresar a España. Un exilio largo que dejó sus secuelas en los corazones y en la escritura de ambos. En el caso de María Teresa, esas secuelas y ese dolor de patria rota se vio reflejado en su trabajo en las biografías de el Cid, Bécquer y Cervantes, y en su esfuerzo por nombrar la tristeza de la separación de aquella patria que le habían quitado.
Publicado por Tes Nehuén para Poemas del alma