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Como el tiempo perdido | Wild is the wind

Me puse los pantalones y salté de la cama. Aquella mañana había dormido más de lo normal y me sentí mal. Había tenido una semana de mierda, y sinceramente lo necesitaba. Bajé a la cocina con la esperanza de encontrar barullo. Pero no había nadie, nada. Entonces me sentí peor. ¿Por qué empiezo el día sintiéndome así? Entré al baño, meé y continué mi paseo por la casa en busca de alguno de sus habitantes. Hice una parada en el estudio. Revisé trabajos y otros proyectos por acabar. Como siempre me distraje y me entretuve más de la cuenta. Soy experto en dispersarme. La abstracción me hace feliz, pero al instante mis preocupaciones volvieron instalarse en mi cabeza. Y es que hace dos días salí escopetado hacia una reunión. Estresado, casi histérico por las miles de cosas que debía de abordar durante el día. Y al incorporarme a una rotonda, no vi a dos ciclistas que circulaban. Casi me los llevo por delante, a los dos. Afortunadamente, y de milagro, conseguí esquivarlos. Paré en seco y quité la música de golpe. Me temblaban las piernas, y el alma. Sólo entonces me di cuenta que en una décima de segundo todo mi universo podría haberse esfumado. Toda la belleza, todo lo vivido. El infierno frente al edén. Y aquí sigo, preocupado por lo que no ha pasado. Exigiéndome lo que nadie me ha pedido. Luchando contra mí y esta voz que no soy yo.
Por fin salgo afuera, a la luz de esta terraza con vistas al mar. Descuidada, como a nosotros nos gusta. Con sus macetas resquebrajadas y nuestro pequeño huerto. De repente y como si pasara un avión, el barullo me sacude. Allí están todos. Mi mujer, mi hija y algunos vecinos que vienen y van. Los gatos se persiguen entre las plantas. Y la puerta como siempre está abierta, con las bicis por el suelo entorpeciendo el paso. Realmente hace un día precioso. El sol me zumba en la cabeza y el viento es salvaje, como en la canción de Nina Simone que tanto nos gusta. Esta es mi vida y su cálido abrazo. No importa lo pasado ni lo que pasará. Merece la pena estar aquí y no en ninguna otra parte. Mi mujer conversa con una vecina que sostiene a su bebé sobre la cadera. Ambas lucen vestidos florales y sandalias con hebillas. Y aunque la vecina lleva calcetines, las dos irradian belleza y vida.

 Texto e ilustración: Roberson ·  robersonillustrator.tumblr.com

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