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La regla crítica | Bipelar

Carlos Penas

Tengo la costumbre de calentar el gel de baño al baño maría para evitar cualquier impacto de frío bajo la ducha. Me perturba en exceso, me jode y me destroza. ¿Por qué decidimos el incendio previo de un calefactor? ¿Por qué nos desnudamos sin salir del cuadrilátero de nuestra alfombra? ¿Por qué perseguimos la temperatura perfecta con las yemas de los dedos? ¿Por qué un albornoz es el guardaespaldas de nuestra piel estremecida? ¿Por qué las zapatillas nos abrigan los pies para el camino de vuelta? ¿Por qué cortamos cabezas con los puñales traicioneros del champú? ¿Cuál es el elemento químico con el que se rellenan los termómetros de la excentricidad? No sé de parámetros, no quiero saberlo y no se trata de querer desconocer. Me la pela.
Y, entretanto, yo me visto con la lentitud y el ritmo que me marcan los sorbos y entresorbos del café de las mañanas, atándome los cordones de mis zapatos entre los primeros cirros de humo que nacen de mi nariz, comprobándome en el espejo sin interesarme la climatología que me espera, pensándome y recogiéndome en los bolsillos de mi abrigo, con el mechero, con las llaves, con la documentación y con el tabaco. Es como salir al exterior con tus imperdibles inoxidables doblados sobre sí mismos, para evitar heridas accidentales y para no extraviarte. Sí, es como invadir las calles con tus huevos barnizados y bien abrigados para evitar que alguien te toque los cojones. Y cierras la puerta desde fuera y llamas al ascensor para que te acompañe y te lleve hasta un mundo en el que resulta difícil soñar si no eres capaz de aislarte y de caminar sorteando mierdas, charcos de pis y otros enseres, seres y menesteres. Debe ser que estoy desarrollando un trastorno bipelar, con los años.
Dicen que los osos polares y los pingüinos no se llevarían bien y es por eso que unos viven en el Polo Norte y otros en el Polo Sur. Unos acabarían extinguiéndose por culpa de una digestión excesiva y difícil y otros por ser devorados. No quiero pensar en que nada fuera así y acabasen entendiéndose y follándose entre ellos para vivir rodeado de osogüinos, unos norteños y otros sureños. La bipolaridad de los polos distorsionaría los hemisferios y los polos de naranja y de limón serían penetrados por el mismo palo de madera plana, derritiéndose por culpa de las alteraciones que lo alteran todo, del Ecce Homo codicioso, sostenible y sapiens. Me la pela. (texto y fotografía Carlos Penas)

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