NO NOS DAMOS CUENTA -POR LO MISMO QUE ESTAMOS DISTRAÍDOS- DE QUE LA DISTRACCIÓN ES UNA DE LAS CAUSAS PRINCIPALES DE NUESTRO MALESTAR EXISTENCIAL Y SU CÍCLICA PROPAGACIÓN
Desde hace algunos años se viene diciendo que en la era actual, regida por la tecnología de la información y el capitalismo, la divisa más preciada es la atención. Los ciudadanos ya no son sólo consumidores sino también productos; si una empresa logra captar su atención no sólo puede venderles un objeto de consumo sino que puede también vender o beneficiarse de la información que produce la captación de la atención. Y es justamente debido a que la atención es tan valiosa, y por el hecho de que lo económico supera en importancia a lo estético o a lo espiritual, que estamos creando y programando una sociedad de individuos distraídos. (En este sentido es de notar el trabajo de Tristan Harris, quien desmenuza cómo las compañías de tecnología diseñan sus plataformas con la intención de hacer adictos a los usuarios).
El economista ganador del Nobel, Herbert Simon, escribió en 1971: «en un mundo rico en información, la riqueza de información significa una carencia de otra cosa: una escasez de aquello que sea que la información consume. Lo que la información consume es algo bastante obvio: consume la atención de sus receptores». Simon de manera visionaria entendió que la sobreabundancia o riqueza de la información produce una pobreza de atención. Si el bombardeo de estímulos del caudal informativo fuera sumamente relevante, lleno de bits intencionados a llevar a la reflexión profunda, al deleite estético y demás, sería un poco diferente. Pero como notó Aldous Huxley, el método de propaganda actual no es la represión de la verdad sino su anegación en un mar de irrelevancia. El mar de información en el que navegamos es un mar de trivialidad… pero incluso si fuera un mar significativo tendría el peligro de hacernos adictos a sus emisiones constantes y hacernos desatender nuestro mundo inmediato. El peligro de todo esto es sustantivo: perder la capacidad de dirigir y controlar nuestra atención. Lo anterior es lo que define a un hombre de genio, según William James. «Ya sea que la atención llegue como genio o logro de la voluntad, entre más se atiende un tema evidentemente más maestría se logra. Y la facultad de comandar una atención divagante una y otra vez es la raíz misma del juicio, el carácter y la voluntad… Una educación que aumente esta facultad sería la educación por excelencia». James, uno de los más brillantes pensadores de los últimos 150 años, había sugerido basar nuestra educación en el entrenamiento de la atención. El mundo actual ha hecho todo lo contrario y se puede argumentar que colectivamente padecemos un trastorno de déficit de atención.
Sugerimos aquí que vivimos en la era de la distracción, un contexto cultural que está mermando aceleradamente la capacidad de dirigir la atención a voluntad. Por necesidad esto ha producido que por primera vez de manera masiva Occidente empiece a ser consciente de la necesidad de cultivar su atención, de paliar las fuerzas del estrés y la tensión, apropiándose de técnicas orientales de samadhi o concentración, generalmente bajo el término «mindfulness». El cultivo de la atención en Oriente es tan viejo, por lo menos, como los primeros textos religiosos que tenemos (en los vedas se exalta el tapas). Los sabios de la India notaron que de hecho el mundo en el que vivimos, este mundo sujeto al cambio, la muerte, el sufrimiento, etc., es el resultado de la distracción. Todas las eras que sufrimos bajo el sol son de hecho las hijas de la distracción. Lo que otorga al hombre la liberación o ese estado que trasciende el sufrimiento, a veces equiparado con la luz de la divinidad, es el dominio de la atención. Este es el origen de la meditación.
El maestro budista Dzongsar Khyentse Rinpoche nota la centralidad de la distracción en la continuidad formativa del samsara, el mundo cíclico ilusorio en el que naufragamos.
Todas las religiones parecen hablar de una fuerza negativa, de un enemigo… El budismo no cree en la existencia de una fuerza maligna que exista externamente pero si nos viéramos obligados a hablar de una fuerza maligna en el budismo diríamos que es la distracción. Esta distracción es más sutil que la distracción de pasar tiempo navegando la Web… la distracción es el no estar atendiendo plenamente al presente… constantemente no estamos conscientes de lo que está pasando en nuestra esfera de conciencia. Esta forma de vida inconsciente es lo que los budistas llaman ignorancia, avidya. Este es el agente que da vueltas en la existencia cíclica del samsara.
Literalmente el samsara se reproduce permanentemente del acto de percepción que no es consciente de su propia naturaleza y que confunde la manifestación de la luminosidad inherente con fenómenos externos, separados de su propia conciencia, a los cuales proyecta una existencia sólida e independiente. En otras palabras, es el no darse cuenta que no hay separación entre lo que vemos y lo que somos, lo que produce la incesante rueda de sufrimiento, cuyo fundamento es la dualidad, la ignorancia primordial que surge de la inconciencia o distracción. El gran maestro budista del siglo 19 Mipham Rinpoche explica que la distracción (viksepa, en sánscrito, yang en tibetano) entra en la categoría de los tres venenos de la existencia. «Es la moción mental o divagación hacia un objeto que causa la inhabilidad de permanecer unipuntualmente en un objetivo virtuoso». Los tres venenos o kleshas, son las tres raíces fundamentales que causan el deseo o avidez (tanha) que es la causa del sufrimiento.
Dzongsar Khyentse Rinpoche nos dice que en tibetano el término para distracción tiene la connotación de no estar ahi, de una ausencia. Quizás algo así como un estado de sonambulismo, un estado zombie más o menos funcional.
La razón por la que tomamos analgésicos es para no estar ahí con el dolor y luego los tenemos que tomar otra vez, esa es la razón por la que hacemos fiestas, bebemos alcohol, navegamos la Web, vamos de shopping, todo tipo de adicciones. Y la sociedad de consumo lo ama, porque si todas las personas lograran cultivar la atención y evitaran estar distraídos el mercado colapsaría. Pero no creo que nos debemos preocupar mucho de esto ahora. Todos anhelamos distraernos… a veces la distracción nos produce dicha, pero el problema es que la distracción lleva a más distracción y hace que nos enredemos con las cosas… Si tienes distracción no tiene una vida plena, no estás al 100%. Estas pensando en algo más, estás en el pasado o en el futuro.
El enredarnos con las cosas es justo lo que produce deseo, miedo o esperanza y genera karma y da energía a la rueda del samsara. Por otro lado, el hecho de que la distracción nos hace estar disminuidos, a medio gas, por así decirlo, puede constatarse por un estudio realizado por investigadores de la Universidad Carnegie Mellon, el cual mostró que cuando un grupo de estudiantes era interrumpido con mensajes de texto mientras tomaban un examen sus resultados eran 20% más bajos que cuando sus teléfonos estaban apagados.
La idea de que la distracción es una fuerza relativamente maligna bien entendida tiene un significado radical que debe hacernos sobresaltarnos y reflexionar profundamente. Va en radical oposición al curso que lleva nuestra sociedad y a los valores tácitos que promueve. En el mundo contemporáneo se asume que la distracción es un bien o un beneficio de la vida moderna. Nos ganamos el derecho a distraernos luego de trabajar, como dios en el séptimo día. Creemos que nuestra realización es poder entretenernos en familia o en pareja. La libertad es poder escoger cómo nos entretenemos, como matamos nuestro tiempo. Ya que la existencia no tiene significado, ya que no existe más que esta realidad material, todo lo que podemos hacer es pasar bien el rato, entretenernos y distraernos de la inminencia de la muerte, de la nada. Nuestra cultura generalmente no se preocupa por producir obras de arte que nos hagan cuestionar esta forma de existencia o que nos inspiren a buscar el significado, a buscar con pasión una forma alternativa de vida que permita trascender la mezquinidad de lo convencional. Toda la creatividad está puesta al servicio del entretenimiento, de la captación de la atención con un fin comercial.
La imagen que define a nuestra época es la siguiente: una joven pareja cena en un restaurante; ella mira fotos y mensajes en su teléfono celular; él hace lo mismo. Sus miradas casi no se encuentran, y cuando lo hacen son interrumpidas por las demandas de la pequeña insaciable pantalla. (Esta misma escena idéntica puede también traspolarse a la recámara antes de dormir, acaso con tabletas). La tristeza de esto, en la cual no se ha reparado la suficiente, es que si no somos capaces de cultivar la atención, de atender completamente al otro y al entorno, no somos capaces del amor como acción sostenida. El amor sin atención es sólo algo que decimos que tenemos y con lo cual nos distraemos de una realidad que, si la miráramos atentamente, nos dejaría tan insatisfechos que no podríamos más que comenzar a hacer algo al respecto para sanearla, acaso de la misma manera que un hombre que está ahogándose en el mar lo único que tiene en mente es liberarse del peso del agua y salir a la superficie para respirar.
Twitter del autor: @alepholo