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ES PARA DRAPO

Es jodido eso de leer a quien vive de vender papel a cualquier precio y tan sólo por la necesidad de producir, pensé mientras ojeaba un artículo de Moncho Drapo, camino de la toilette. Habría que zurcirles la mano a quienes escriben sin saber o coserles los dos labios a quienes hablan sin estar al corriente, empezando de derecha a izquierda, clavando la aguja de arriba hacia bajo y extirpándola de abajo hacia arriba, repitiendo la acción en el final del punto anterior y sacándola más adelante, siempre a 3 mm, a modo de pespunte. Al revés, se superponen, pero por el derecho se verá como una línea continua de putadas en vez de puntadas, una tras otra. Si me había encerrado en el baño para leer la prensa del día era por culpa de un estreñimiento continuo y no por un puto capricho extravagante, por mera disciplina temporal y por hacer cumplir rigurosamente los imperativos fisiológicos dictados por la naturaleza. La verdad es que me alentaba en extremo el momento de poderme limpiar las posaderas con los papeles de periódico acumulados durante meses. Pensaba en la posible inestabilidad de quienes escriben sin saber de la misa la mitad. Me los imaginaba viajando en una montaña rusa emocional, dando tumbos e incapaces de conservar los afectos, buscando un camino insólito para no enfrentarse a sí mismos y viviendo con una gran dificultad para separar los diferentes ámbitos de sus vidas. Lo más aconsejable sería que buscasen ayuda psicoterapéutica para que pudiesen reforzar su autoestima. Que se jodan y se vayan a tomar por culo, volví a pensar, y al instante empecé a tener la sensación de que me partía en dos, sentí quemazón y pinchazos justo alrededor del esfínter y no sé quién coño empezó a asomar la cabeza. Empujé con todas mis fuerzas sin importarme un posible desgarro, espoleándome al máximo con la incondicional ayuda de las matronas de la mediocridad y evitando coincidir con mi cara de imbécil reflejada en la mampara de cristal. Zarandeé mis nalgas con vértigo hasta parir lo que tenía que parir, precipitándome al vacío de manera precipitada y salpicando entre bambalinas. Fue entonces cuando me limpié con pasta de celulosa impresa, después de convertir el agua en chocolate como Jesús convirtió el agua en vino, y me fui, en medio de un inconfundible olor a mierda, sin tirar de la cadena y sin disimular un indiscutible epitafio para Moncho.

Texto y Fotografía: Carlos Penas

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