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Ai Weiwei: ‘Alguien tiene que plantar cara y hablar’

Una de las condiciones que el gobierno chino impuso al artista Ai Weiwei para concederle la libertad fue la prohibición de viajar al extranjero. Desde entonces, sus obras lo hacen por él. También lo hizo con su padre, el prestigioso poeta chino Ai Qing, al que desterró a una granja de Manchuria en 1958, un año después del nacimiento del artista, prohibiéndole publicar sus obras. Y así pasó su infancia Ai Weiwei, sin acceso a los libros ni a la lectura. Quizás por esto, cuando su familia regresó a Pekín en 1975, el artista se zambulló en la vida cultural y reivindicativa de la ciudad. En 1978, entró en la Academia de Cine y fundó un grupo de arte vanguardista, Star, comprometido también políticamente y con el que nunca dejó de colaborar.
Este pasado configuraba una personalidad tenaz y reivindicativa y, también, una obra artística caracterizada por sus rasgos arquitectónicos y por su denuncia de las injusticias de su país: «Alguien tiene que plantar cara y hablar. Si no hablo me convierto en cómplice. Y ya está».

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Sus años de juventud en Estados Unidos transcurrieron en contacto con algunos de los círculos artísticos más importantes y con movimientos como el minimalismo y el arte conceptual. Desde que llegó en 1981, experimentó con la fotografía y se empapó de artistas como Marcel Duchamp o Andy Warhol. Pero, de repente, la enfermedad de su padre le hizo regresar a Pekín en 1989. Centrado en la fotografía, el regreso a su cultura y a su pasado configuraban su personalidad artística: «Duchamp tuvo la rueda de bicicleta, Warhol la imagen de Mao, yo tengo un régimen totalitario. Es lo que está hecho para mí».
Sin querer desprenderse de la tradición, decidió utilizarla como arma de crítica social y de expresión personal. Posiblemente una de las obras que mejor representa este aspecto es Vasija de la dinastía Han con el logotipo de Coca-Cola, de 1995; un símbolo occidental marcado en un objeto propio del arte milenario chino.

imagen: Ai Weiwei – Vaso neolítico con logo de Coca-Cola, disponible en http://www.digitaljournal.com, 2015

Pero fue Internet lo que le dio un impulso increíble, convirtiéndose en su mejor arma de difusión. Cuando en 2005, la empresa china de Internet, Sina.com, le invitó a formar parte de su blog de celebridades, Weiwei descubrió infinitas posibilidades de comunicación. Nunca había usado un ordenador, pero según le comentó a la periodista Alison Klayman, directora del premiado documental Ai Weiwei: Never sorry: «Internet es lo que más me ha afectado (…) y me ha encendido».
Su difusión internacional llegó en 2008, con el diseño del estadio olímpico de los juegos de Pekín. El carácter arquitectónico de su trabajo hizo que fuera elegido como director artístico del proyecto junto a los arquitectos Herzog y Meuron. El popularmente conocido como The Bird Nest Stadium (Nido de pájaro) se convirtió en una espectacular estructura de acero de gran ligereza visual.

Después de esto, el interés por exponer sus obras fue en aumento. En 2010 realizó una de sus exposiciones más famosas en la Tate Modern de Londres. Con mucha disciplina y paciencia, llenó la sala de turbinas del museo con cien millones de pequeñas pipas de porcelana hechas y decoradas a mano por artistas expertos de la ciudad de Jingdezhen, en la obra titulada Sunflower sedds (Pipas de girasol). Para algunos críticos representó la unión del minucioso trabajo tradicional con el nuevo fenómeno económico reflejado en su mayor producto de exportación.
Después vendría otra de sus creaciones más reivindicativas. Tras el terremoto de Sichuan en 2010 en el que murieron muchos niños por el mal estado de las escuelas, Weiwei, además de encabezar un movimiento de denuncia en todo el país, realizó la obra conmemorativa Remembering, que se encuentra en el museo Haus der Kunst de Munich, en la que utilizó nueve mil mochilas de colores en una enorme construcción que abarca toda la fachada.

El 3 de abril de 2011, el artista era detenido por la policía china y recluido en paradero desconocido. Esto provocó las protestas de los principales ámbitos culturales y sociales de todo el mundo y diferentes gobiernos, ONG e instituciones culturales enviaron mensajes pidiendo su liberación. Esta se produjo en junio de 2011, después de ochenta y un días de prisión en una celda mínima, reproducida en abril de este año 2014, en el museo Martin-Gropius-Bau de Berlín como parte de la exposición titulada Evidence.


Aunque durante este período el artista dejara de crear centrado más en su labor reivindicativa, los museos seguían exponiendo sus obras, por ejemplo, sus famosas Círculo de animales/Cabezas del zodiaco que han recorrido las salas de diferentes museos desde que se crearan en 2010. En España, el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo era el primero en traer sus obras a nuestro país, en 2013. En esta exposición, titulada Resistencia y tradición, se mostraba el principal eje de su producción: China y la sociedad de masas, la producción desmesurada, etc., destacando la obra Descending light.

Todo lo organiza desde su estudio. Su gobierno no le deja viajar y el artista, en su afán de perfección, es capaz de estudiar de forma profunda y a conciencia los distintos espacios en los que va a exponer sus obras, a través de planos, fotos, imágenes digitales y, sobre todo, gracias a su bagaje como arquitecto; lo que sea necesario para sentirse presente en esas salas. Este año de 2014 sus obras se exponen en el Museo de Antropología de México, en el Blenheim Palace, en Inglaterra, o en la prisión de Alcatraz, en San Francisco, en donde el artista ha llenado de mensajes de libertad una cárcel mítica.
Es cierto que sus obras tienen valor en sí mismas sin la ayuda del marketing político que siempre lo acompaña, pero también es cierto que no se puede separar de su compromiso social. Alison Klayman ha dicho de él que «activa a otros» porque «es capaz de llegar a mucha gente y de hacer que la gente piense». Él ha dicho: «Una sociedad sin libertad para hablar es un oscuro pozo sin fondo. Y cuando está tan oscuro, todo lo demás empieza a brillar».

Conceptual artist Ai Weiwei positions himself in and out of his Beijing studio as a cultural arbiter. Compelled by a sense of social conscience, his artistic practice extends across many roles, from filmmaker and photographer, to writer, publisher, curator and architect. As an heir to Marcel Duchamp and Andy Warhol, yet digging deep into Chinese heritage, he moves freely between a variety of formal languages, reflecting on contemporary geopolitics. In recycling historical materials, loaded with meaning, such as Han Dynasty vases or wood from destroyed temples, Ai distils ancient and modern aesthetics in works of salvage or iconoclasm. Public commissions, like bringing 1,001 Chinese citizens to the small German town of Kassel for dOCUMENTA 12 (Fairytale, 2007), or the pouring of hundreds of millions of handmade porcelain seeds into the Tate’s Turbine Hall (Sunflower Seeds, 2010), are audacious gestures that command global attention, but always underlain with humour and compassion. He is one of the leading cultural figures of his generation and consistently displays great courage in placing himself at risk to affect social change through his art. He serves as an example for legitimate social criticism and free expression both in China and internationally.

 

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